Llevaba ya muchos años oyendo a la madre despotricar de los
vecinos, siempre la misma cantinela: que si entraban por la noche en el
casillo, que si ordeñaban la cabra, que si cerraban allí las gallinas que
estaban malas. Y, de tanto oírla, ella misma llegó a creérselo. No tenía
ninguna prueba, pero la misma actitud de los vecinos confirmaba sus sospechas:
apenas la hablaban cuando iba a cerrar la cabra por la noche y, cuando se
alejaba, cuchicheaban mirándola. Por eso decidió comprar el candado.
Ya se sabe
que en muchos pueblos de Castilla el femenino no indica sólo el género, sino
que es también un aumentativo. En nuestro
pueblo, una huerta es más grande que un huerto, un ventano es siempre más
pequeño que una ventana y una casilla es mayor que un casillo. Un casillo es un
cuchitril, generalmente de una sola planta, donde apenas cabe una cabra, un
chivo o un cerdo y un puñado de leña para encender. Eso sí, tiene que estar
cerca de casa, porque al guarro hay que cuidarle tres veces al día y ver si
come, que luego se tuerce y no engorda y llega a la matanza sin el peso
conveniente y ya se sabe lo largo que es el invierno y los torreznos que hay
que echar. Además, no es cuestión de tener que ir al otro lado del pueblo para
sacar una gota de leche para las sopas o para traer un escobón para encender la
lumbre por la mañana.
Los del
Catastro, con esa clarividencia semántica que caracteriza a ciertos Organismos,
llaman almacenes a los casillos. Categoría: almacén, escriben pomposamente en
los recibos de contribución. Y cuando algún probo funcionario viene al pueblo
preguntando de quién es tal almacén, los lugareños se hacen los suecos.
Almacén, ¿qué almacén? Casillo, o chivero, o cochiquera, querrá usté decir. Y se giran, desdeñosos, sin
contestar a la pregunta, celosos de sus conocimientos, seguros de que alguien
que no sabe qué es un casillo, no puede traer nada buen o al pueblo.
Así que la
vecina fue a El Barco y compró un candado enorme y, bien provista de un
martillo, clavó en los postes de roble que rodeaban la puerta dos enormes
grapas de las que se usan para sujetar el alambre de espino en los cerramientos
de los prados y atrancó la puerta y echó el candado. Y, cuando pasó por delante
de los vecinos, que estaban como siempre sentados en el poyo de la casa
hablando bajito, seguramente de ella, dijo bien alto que esa noche sí que iba a
dormir tranquila. Y bien tranquila, repitió. Y se alejó con mucho cogote, contoneándose
como un general victorioso, para que los vecinos se enteraran de quién era
ella. Que no se parecía en nada a su madre, que llevaba toda la vida quejándose
sin hacer nada.
Y cuando
oscureció del todo y la calleja se convirtió en un agujero negro, el vecino,
que nunca había entrado en el casillo ni había metido allí su cabra ni sus
gallinas, cogió unas tenazas y, sigilosamente, sin hacer ruido, se acercó a la
puerta, arrancó los cáncamos, quitó el candado y lo arrojó al tejado.
Y la vecina
durmió tranquila.
RHM
2 comentarios:
Excelente, gracias
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