Con la llegada del calorcillo, que en
el pueblo nunca es excesivo, las calles, desiertas casi todo el año, comienzan
a llenarse de seres que andan medio en
coretes, con los pies apenas cubiertos por un extraño calzado y las cabezas
tapadas por gorras extravagantes. Se nota sobre todo por la noche, cuando
muchos corrales, oscuros como boca de lobo y silenciosos durante la mayor parte
del año, se llenan de luz y de voces. O en los resolanos y las sombras, que se
pueblan de gente ociosa cuyo atuendo denuncia que no son de aquí, aunque aquí
hayan nacido o aquí tengan sus raíces. Son los veraneantes.
A Braulio le gusta que vengan; le
rejuvenecen las gorrillas claras y los
pantalones cortos. ¡Quién le iba a decir que los hombres de ahora, algunos casi
tan viejos como él, volverían a llevar calzonas como los niños de antes! Pero a Braulio le gustan, sobre todo, las
conversaciones que se gastan los nuevos. Algunas veces por lo estúpidas que
pueden llegar a ser, que si no nos conociéramos todos y supiéramos de dónde
viene cada uno, parecería que algunos no se han arrimado a una oveja en su vida
ni han raspado una casilla ni han coqueteado con la necesidad o con el hambre.
Braulio los reconoce enseguida por la manera de hablar: ya no dicen “vengo d’en ca la abuela” sino de casa
de la abuela; recalcan mucho las terminaciones -hemos llegado ayer- y, hace ya muchos años, algunos las recargaron tanto, en su afán de mostrarse diferentes, que
llegaron a decir frido o bacalado. Braulio
recuerda aún con guasa lo bien que se lo pasaban los lugareños recordando las
explicaciones que una veraneanta daba
al Sr. Cura sobre los rigores del clima en el pueblo de abajo. En la Aliseda hace más frido por la mareda
del rido, dicen que decía, aunque él nunca la oyó, la verdad sea dicha. Y,
seguramente, tampoco será cierto.
Aunque Braulio prefiere a los que hablan
con los del pueblo llanamente, como alguien que ha nacido allí y que ha tenido
que buscarse la vida en otra parte, tan mala o tan buena como esta, tiene un absoluto respeto por todos, seguro
como está de que todos guardan la infancia en la memoria y de que cada calle,
cada esquina o cada piedra son viejas sombras del pasado que les hieren o les
alegran el alma según las vivencias que tuvieron.
Suelen juntarse unos y otros a la
puerta de Juan Currín, esperando que llegue el panadero, aprovechando la sombra de
la pared y el asiento corrido de duro cemento algo descascarillado por el hielo.
Braulio, que siempre ha sido madrugador, llega despacito, sin llamar la
atención, silencioso y humilde y se sitúa en un extremo, bien tapado con el
sombrero de paja, la mano apoyada en la garrota y la mirada ausente, como si la
cosa no fuera con él. Saluda a quien le saluda e ignora a quien le ignora, que
de todo hay en esta viña veraniega que es el pueblo, y mantiene bien abierto el
oído, por si entre los que pasan y los que se sientan alguien dice algo
interesante.
Braulio, que ya es viejo y ha vivido
en muchos sitios, se da cuenta enseguida de que entre los que hablan los hay de
distinto jaez: los hay que escuchan y los hay que son escuchados, como si lo
que dicen fuera la misma palabra de Dios. Los hay también que son el mismísimo
espíritu de la contradicción: todo lo discuten y todo lo critican. A Braulio no
le cuesta ningún trabajo reconocer en ellos a padres, abuelos o tíos de las
mismas características, como si la genética los hubiera marcado más fuertemente
que la vida. Y cuando la conversación gira hacia los trillados caminos de la política o del fútbol, Brulio cierra
el oído y tiende la vista hacia los Collados, ahora grises, baldíos y llenos de
espinos y calabones, y recorre con sus
ojos cansados el camino Llano y, de
pronto, las tierras se tornan amarillas y rebosan de gente que canta afanosa y
el camino se llena de burros cargados de trigo que andan presurosos hacia las
eras arreados por los amos, siempre con prisa en este tiempo.
No es que el viejo sea partidario del
aforismo que dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero no le importaría
nada que aquellos tiempos volvieran. Como a otros de los que en este momento
recuerdan sus años mozos.
RHM
Julio2013