EL BANQUETE
Desde la iglesia, la novia y el acompañamiento se dirigían al juzgado para la celebración de la ceremonia civil. Luego iban a la casa del novio y las mozas cantaban así:
Salga la madre del novio
un poquito más afuera
a recibir a la novia
y a reconocer su nuera.
Los invitados pasaban a la casa, donde eran obsequiados con chocolate con vainillas, una especie de barquillo relleno de crema. En algunos casos se bailaba en la calle, delante de la puerta, excepto en la boda de mis padres que, como he dicho antes, no tuvieron músicos hasta por la tarde.
Sobre las dos se comía. Si los invitados eran muchos, los padres debían pedir ayuda al vecino para ubicar a algunos comensales, con lo que los más allegados comían en la casa de los padres del novio y los más lejanos, en la casa de los vecinos que amablemente la habían prestado. También se pedía ayuda a la familia para la vajilla y los cubiertos, ya que en ninguna casa había útiles suficientes para dar de comer a tanta gente. Al día siguiente se devolvían después de lavados y ordenados para que no se perdiera ni faltara ninguno. Previamente se habían montado las mesas: los novios, los padrinos, los mozonovios y los padres en la mesa principal, en la parte más vistosa de la sala. Para los demás solían poner tablas encima de otras mesas que hacían de soportes, de manera que quedaran mesas corridas que cubrían con manteles de color blanco, generalmente sábanas.
Primero se servía la chanfaina, plato cocinado con las tripas y las vísceras de las reses mezcladas con huevos duros y arroz. Luego se comía en forma de estofado la carne de los animales muertos el día anterior. Todo ello regado con abundante vino que, previamente habían ido a buscar a Tornavacas y que se había conservado perfectamente en los pellejos de cabra preparados al efecto, que mis padres llamaban colambres. Algún día contaré cómo hacían el viaje y alguna anécdota curiosa sobre el mismo tema. Si la boda se celebraba en otoño, cosa rara, se traían de Bohoyo manzanas que se servían como postre. Si no, solía tomarse arroz dulce o natillas que se habían hecho con la leche de las vacas ordeñadas por los mozos la noche anterior. Era costumbre que el padrino presentara al final de la comida lo que mi madre llama el postre de la novia, especialmente confeccionado para sorprender jocosamente a la novia y a los familiares. El padrino requería la atención de los comensales a voces o golpeando un vaso con una cuchara mientras decía: “Aquí está el postre de la novia”, a la vez que le mostraba un plato tapado con otro. Cuando ésta levantaba el plato que hacía de tapadera, solía encontrar algún objeto que tenía relación con el apodo de la familia de los contrayentes: una calabaza, unos restos de pan y hasta una lagartija que, según mi madre, sembró el pánico entre los comensales, cosa bastante rara porque aquellos hombres y mujeres estaban habituados a lidiar con animales mucho más peligrosos.
Antes de ofrecer, ceremonia maravillosa de la que hablaré mas tarde, los invitados más allegados cenaban, generalmente los restos de la comida del mediodía.
En la mayoría de los casos que he consultado, la comida de las bodas en Castilla es muy similar: abundancia de productos de la zona cocinados por personal allegado a la familia de los contrayentes y ausencia de productos como el pescado y la fruta, más escasos y difíciles de encontrar.
Los invitados pasaban a la casa, donde eran obsequiados con chocolate con vainillas, una especie de barquillo relleno de crema. En algunos casos se bailaba en la calle, delante de la puerta, excepto en la boda de mis padres que, como he dicho antes, no tuvieron músicos hasta por la tarde.
Sobre las dos se comía. Si los invitados eran muchos, los padres debían pedir ayuda al vecino para ubicar a algunos comensales, con lo que los más allegados comían en la casa de los padres del novio y los más lejanos, en la casa de los vecinos que amablemente la habían prestado. También se pedía ayuda a la familia para la vajilla y los cubiertos, ya que en ninguna casa había útiles suficientes para dar de comer a tanta gente. Al día siguiente se devolvían después de lavados y ordenados para que no se perdiera ni faltara ninguno. Previamente se habían montado las mesas: los novios, los padrinos, los mozonovios y los padres en la mesa principal, en la parte más vistosa de la sala. Para los demás solían poner tablas encima de otras mesas que hacían de soportes, de manera que quedaran mesas corridas que cubrían con manteles de color blanco, generalmente sábanas.
Primero se servía la chanfaina, plato cocinado con las tripas y las vísceras de las reses mezcladas con huevos duros y arroz. Luego se comía en forma de estofado la carne de los animales muertos el día anterior. Todo ello regado con abundante vino que, previamente habían ido a buscar a Tornavacas y que se había conservado perfectamente en los pellejos de cabra preparados al efecto, que mis padres llamaban colambres. Algún día contaré cómo hacían el viaje y alguna anécdota curiosa sobre el mismo tema. Si la boda se celebraba en otoño, cosa rara, se traían de Bohoyo manzanas que se servían como postre. Si no, solía tomarse arroz dulce o natillas que se habían hecho con la leche de las vacas ordeñadas por los mozos la noche anterior. Era costumbre que el padrino presentara al final de la comida lo que mi madre llama el postre de la novia, especialmente confeccionado para sorprender jocosamente a la novia y a los familiares. El padrino requería la atención de los comensales a voces o golpeando un vaso con una cuchara mientras decía: “Aquí está el postre de la novia”, a la vez que le mostraba un plato tapado con otro. Cuando ésta levantaba el plato que hacía de tapadera, solía encontrar algún objeto que tenía relación con el apodo de la familia de los contrayentes: una calabaza, unos restos de pan y hasta una lagartija que, según mi madre, sembró el pánico entre los comensales, cosa bastante rara porque aquellos hombres y mujeres estaban habituados a lidiar con animales mucho más peligrosos.
Antes de ofrecer, ceremonia maravillosa de la que hablaré mas tarde, los invitados más allegados cenaban, generalmente los restos de la comida del mediodía.
En la mayoría de los casos que he consultado, la comida de las bodas en Castilla es muy similar: abundancia de productos de la zona cocinados por personal allegado a la familia de los contrayentes y ausencia de productos como el pescado y la fruta, más escasos y difíciles de encontrar.
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