miércoles, 18 de junio de 2008

LA BODA DE MIS PADRES


OFRECER

No hace mucho tiempo tuve ocasión de ver por la televisión una antigua boda en un pueblo de Extremadura en la que las madres de los recién casados pregonaban y mostraban abiertamente los regalos que los invitados iban haciendo a los novios, empezando por los padres y familiares más allegados y terminando por los más lejanos, así se tratara de dinero o de ropa. Esta boda me sorprendió agradablemente, sobre todo porque me recordaba un acto que en las bodas de mi pueblo, en los tiempos de mis padres, llamábamos ofrecer. Nosotros no pregonábamos los regalos, pero sí los entregábamos públicamente, a la vista del pueblo, de manera que todos pudieran enterarse de lo que regalaba cada uno de los invitados.

Este acto se realizaba al ponerse el sol con el acompañamiento de los músicos contratados para la ceremonia y la presencia de todos los invitados y de la gente del pueblo que quisiera y pudiera asistir, que se colocaba rodeando la plaza en una amplia circunferencia, sin perder detalle de la ceremonia y que recibía, de cuando en cuando, el alivio generoso de una fresca jarra de vino que pasaba de mano en mano.

En el centro de la plaza se ponía una mesa y encima de ésta una bandeja de cristal o de plata, si la había, para depositar el dinero en efectivo que los hombres entregaban a los novios. Se formaba una fila que encabezaban los padres de los contrayentes, precediendo al padrino, a los hermanos y a los tíos, luego los primos hermanos y demás invitados del sexo masculino. Al llegar a la mesa, cada hombre se quitaba respetuosamente el sombrero y depositaba en la bandeja la cantidad en billetes que estimaba oportuna, siempre a la vista de todos.

Después de recogido y guardado el dinero, se ofrecían a la novia los regalos de las invitadas, siempre con música y baile. Cada una de las tías carnales bailaba con la novia y le ofrecía una prenda de cama, generalmente una sábana o una colcha que enrollaba cariñosamente en el cuello de la novia al finalizar la pieza a la vez que la besaba en ambas mejillas. Las primas solían bailarle prendas de menos valor y las invitadas más lejanas e incluso las no invitadas, solían regalar a la novia, siempre bailando, pucheros, coladores, cubiertos u otros utensilios para la casa. Después el baile se generalizaba y los novios y los mozonovios bailaban con cualquiera que se lo pidiera, cobrando siempre un pobre estipendio, que iría a engrosar la cantidad de dinero depositado por los hombres.

A veces se bailaba a la novia la ropa de su propia cama, que hábilmente y con la complicidad de algún familiar le había sido sustraída por los mozos invitados. Pero a este hecho dedicaré un comentario aparte. Aún recibirían regalos los novios varios meses después de casados cuando regresaban al pueblo las gentes que no habían podido asistir a la boda. Entonces los regalos solían consistir en grano dentro de una cazuela o un tazón, que también se regalaban.

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