TOPÓNIMOS
TOPONIMIA:
1. f. Estudio
del origen y significación de los nombres propios de lugar (DRAE)
Quizá os hayáis preguntado alguna
vez cómo surgieron los nombres que designan ciertos lugares de nuestro pueblo. Tal
vez os hayáis interrogado sobre el porqué de El Castrejón, Los Santos o La era
Vicente, que no designa una sola era, sino el lugar donde se ubican unas pocas.
Algunos de estos nombres son bastante evidentes: La fuente Fría, El Venero o El
arroyo Caliente se explican por sí solos, otros requieren de un estudio más
profundo.
Estos
nombres, los topónimos, son palabras que nos han acompañado siempre, que nos
han servido de referencia, que nos han situado en un lugar determinado. En
definitiva, son nombres que han arraigado en nosotros con un fuerte sentido de
pertenencia.
En
España existen más de siete millones de topónimos con más de mil años de
antigüedad. Se trata de palabras que idearon nuestros antepasados más antiguos
para referirse a lugares en los que se desarrollaba su vida diaria. Lugares con
los que tenían una relación viva, casi filial. Por eso, ninguno de los
topónimos que veremos, referidos a nuestro pueblo, son nombres puestos al azar.
No. Se trata de sustantivos que significan algo, que indican algo, que conducen
a algún sitio. Nombres que nos hablan de un pasado entendible, histórico, que
tienen que ver con los habitantes de estas tierras antes de la dominación
romana, con el despoblamiento y la invasión árabe allá por los comienzos del
siglo VIII, con la posterior repoblación hacia el siglo XIII y con los tiempos
posteriores. Son nombres que nos unen con nuestro pasado y que nos explican cómo
se vivió en estas tierras. Son nombres que nos dicen que existieron hombres
ligados a la tierra como Bernardo, Pepe Lindo, tio Platito o tio Tomás;
que a alguien en el pueblo llamaban El Duque o que hubo un Don Gil que tuvo
tierras en un lugar llamado El Escardón, que hubo un cura que tuvo prados… Nombres
que nos dicen que en un sitio muy concreto del pueblo hubo viñas alguna vez,
aunque hoy no quede rastro de ellas. Son, pues, el cordón umbilical que explica
nuestra existencia, la clave de nuestra vida.
Nombres
con mucho más sentido que el que los hubiéramos dado ahora. Fijémonos, si no,
en los puentes que adornan la carretera: el de la Garganta, el del Espeñaero y
el de Campurbín y que nuestros hijos llaman sencillamente el primer, el segundo
o el tercer puente. Y es que, quizá, la imaginación no sea la cualidad que más
adorna a nuestra juventud, aunque sí lo fue para los que llamaron Tetas de
Viana o Mujer Muerta a topónimos conocidos de nuestra geografía.
Digamos
ahora que la toponimia no es una ciencia exacta y que se presta a
interpretaciones varias y, digamos también, que su conocimiento requiere de
mucho estudio y mucha dedicación. Dejemos muy claro que quien esto firma no es un entendido en
estos menesteres. Lo sé por uno de los mayores expertos en este campo, Pedro
Luis Siguero Llorente, a quien pido perdón por inmiscuirme en su mundo y a
quien agradezco vivamente que me haya facilitado el camino para aprender lo poco que sé de esta materia.
Digamos
también, que los topónimos que se presentan a continuación no son el fruto de
un trabajo científico ni pretenden serlo. Se trata más bien de una explicación
lógica basada en la tradición oral y en investigaciones superficiales.
Los nombres
de lugares, los topónimos, tienen que ver, sobre todo, con los repobladores que
bajaron del norte hacía la cuenca de El Duero a medida que la reconquista de
nuestras tierras se iba ensanchando hacia el sur. Son esos pueblos que se
llaman Naharros, (de navarros), de los Caballeros (de los caballeros
repobladores), y otros. Algunos son, sencillamente, accidentes del terreno:
picozo, collado, cerro, llano, cuesta... Y otros son las propiedades de ciertos
hombres y mujeres que las bautizaron con sus nombres. En los nombres de algunos
hay que buscar la raíz latina: dehesa (defessa),
haza (fascia, faja) y en los de otros,
quizá los más numerosos, habrá que fijarse en el cultivo que producían:
mijares, herreñas, linares…
En
próximas entradas intentaré explicar algunos de los topónimos del pueblo. Hoy,
a modo de aperitivo, escribiré sobre El Bardal
El Bardal: El DRAE define barda como cubierta de sarmientos, paja, espinos o broza que se pone sobre las tapias de los corrales, huertas y heredades para su resguardo y, en una segunda acepción, como maleza o matojos silvestres con espinas. En el pueblo, las bardas se colocaban debajo de los armeales para evitar la humedad y por la misma razón se enrollaban en torno al palo en la parte más alta. También se colocaba barda debajo de las tejas y en las paredes de algunos corrales. Aquí, bardal tiene un significado colectivo, como lugar donde se cría mucha barda.
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