sábado, 5 de enero de 2013

LA CARTA



            Si hubiera sabido lo que iba a pasar, nunca hubiera dado a leer la carta a tio Parranca. Y si hubiera sabido leer ella, menos aún.
La tía Dominica, por mal nombre, tía Pachiche, llevaba lo de no saber leer como una cruz; como si le faltara algo: un brazo, una mano o un ojo. A veces, cuando nadie la observaba, se quedaba parada delante de los carteles de las tiendas de El Barco o de Plasencia; se fijaba en las imágenes e intentaba relacionarlas con las letras. Así identificó pronto la fotografía de una buena pata de cordero sobre un cartel luminoso con la palabra CARNICERÍA y supo también que unos zapatos con los cordones al aire señalaban una tienda de calzado; pero le resultaba imposible aún relacionar los sonidos con las letras. Y hubiera dado cualquier cosa por aprender a leer, sobre todo porque para ella, dar a leer las cartas era como entregar algo de su intimidad, como pregonar sus secretos más recónditos. Pero entonces las cosas eran así.
Por eso cuando el cartero le entregó el sobre y le dijo que era para Pedro, el marido, ella preguntó que de dónde venía la carta y el otro dijo que de Brozas y la mujer pensó que sería el amo quien escribía para decirle al hombre que tenía que incorporarse al rebaño que bajaba de León. Pero el marido, que era algo nervioso y poco amigo de llegar tarde a los sitios, llevaba ya dos días de camino hacia La Rola, una dehesa cercana a Brozas, donde el tio Pedrillo pasaría el invierno de temporero. Por eso, la tía Dominica no tuvo más remedio que dar la carta a leer y, como en otras ocasiones, decidió llevársela a tio Parranca, que leía bien y, además, era algo pariente
        
La carta, que no era del amo, sino de Vitorio, el compañero,  decía lo siguiente:

Brozas, a 3 de nobiembre de 1919

Amigo Pedro:
Me alegraré que a la llegada de esta te encuentres bien en compañía de los tuyos. Yo quedo bien g. a D.
La presente es para decirte que ayer me junté en un bar de aquí con tio Maragato, el padre del cura Bastida, de la Liseda, que ha traído las  vacas a las Pueblas y me dijo que ha decidío deshacerse de las Jazas y como tú has echao una vaca más y la tierra no es mala y está cerca, y me dijistes que andabas con ganas de comprar, pues te escribo para decírtelo. Si estás interesao pues lo mejor será que bajes a su pueblo lo antes que puedas, no vaya a ser que te se adelante alguno, y que te entrevistes con él a ver si sus entendeis. Por lo demás, poco que contarte. El otoño, algo seco y la hierba escasa, que como no llueva pronto no se que van a comer las ovejas.
Sin más que decirte por el momento y esperando verte pronto, se despide de ti este tu compañero que lo es. Vitorio.

            Tio Parranca desdobló el papel con cuidado, ojeó el contenido y no abrió la boca. Se concentró durante unos minutos más y, ante la mirada inquisitiva de tia Pachiche, dijo con naturalidad absoluta:
-Nada de importancia. Es del amo. Que ya está el rebaño en La Rola, que se vaya Pedro cuanto antes. Y que puede llevarse la cabra, si quiere.
            Y dobló la carta y la metió en el sobre y se la devolvió a tia Dominica que la recogió convencida de que lo que había dicho el hombre era la verdad y nada más que la verdad, como dicen los jueces.
            Y tio Parranca se fue a su casa, aparejó el burro, montó y enfiló hacia La Aliseda a entrevistarse con el Maragato, el padre del cura Bastida. Y aquel mismo día le compró Las Jazas.
RHM
Dicembre 2012

N. Relato debido a la generosidad de Felipe Bohoyo quien agradezco vivamente que me la contara.

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