Si hubiera sabido lo
que iba a pasar, nunca hubiera dado a leer la carta a tio Parranca. Y si
hubiera sabido leer ella, menos aún.
La tía
Dominica, por mal nombre, tía Pachiche, llevaba lo de no saber leer como una
cruz; como si le faltara algo: un brazo, una mano o un ojo. A veces, cuando
nadie la observaba, se quedaba parada delante de los carteles de las tiendas de
El Barco o de Plasencia; se fijaba en las imágenes e intentaba relacionarlas
con las letras. Así identificó pronto la fotografía de una buena pata de
cordero sobre un cartel luminoso con la palabra CARNICERÍA y supo también que
unos zapatos con los cordones al aire señalaban una tienda de calzado; pero le
resultaba imposible aún relacionar los sonidos con las letras. Y hubiera dado
cualquier cosa por aprender a leer, sobre todo porque para ella, dar a leer las
cartas era como entregar algo de su intimidad, como pregonar sus secretos más
recónditos. Pero entonces las cosas eran así.
Por eso cuando el cartero le entregó el sobre y le dijo que era para
Pedro, el marido, ella preguntó que de dónde venía la carta y el otro dijo que
de Brozas y la mujer pensó que sería el amo quien escribía para decirle al
hombre que tenía que incorporarse al rebaño que bajaba de León. Pero el marido,
que era algo nervioso y poco amigo de llegar tarde a los sitios, llevaba ya dos
días de camino hacia La Rola, una dehesa cercana a Brozas, donde el tio
Pedrillo pasaría el invierno de temporero. Por eso, la tía Dominica no tuvo más
remedio que dar la carta a leer y, como en otras ocasiones, decidió llevársela
a tio Parranca, que leía bien y, además, era algo pariente
La carta, que no era del amo, sino de Vitorio, el compañero, decía lo siguiente:
Brozas, a 3 de nobiembre de 1919
Amigo
Pedro:
Me alegraré que a la llegada de esta te encuentres
bien en compañía de los tuyos. Yo quedo bien g. a D.
La presente es para decirte que ayer me junté en un
bar de aquí con tio Maragato, el padre del cura Bastida, de la Liseda, que ha
traído las vacas a las Pueblas y me dijo
que ha decidío deshacerse de las Jazas y como tú has echao una vaca más y la
tierra no es mala y está cerca, y me dijistes que andabas con ganas de comprar,
pues te escribo para decírtelo. Si estás interesao pues lo mejor será que bajes
a su pueblo lo antes que puedas, no vaya a ser que te se adelante alguno, y que
te entrevistes con él a ver si sus entendeis. Por lo demás, poco que contarte.
El otoño, algo seco y la hierba escasa, que como no llueva pronto no se que van
a comer las ovejas.
Sin más que decirte por el momento y esperando verte
pronto, se despide de ti este tu compañero que lo es. Vitorio.
Tio Parranca desdobló el papel con
cuidado, ojeó el contenido y no abrió la boca. Se concentró durante unos
minutos más y, ante la mirada inquisitiva de tia Pachiche, dijo con naturalidad
absoluta:
-Nada
de importancia. Es del amo. Que ya está el rebaño en La Rola, que se vaya Pedro
cuanto antes. Y que puede llevarse la cabra, si quiere.
Y dobló la carta y la metió en el
sobre y se la devolvió a tia Dominica que la recogió convencida de que lo que
había dicho el hombre era la verdad y nada más que la verdad, como dicen los
jueces.
Y tio Parranca se fue a su casa, aparejó
el burro, montó y enfiló hacia La Aliseda a entrevistarse con el Maragato, el
padre del cura Bastida. Y aquel mismo día le compró Las Jazas.
RHM
Dicembre 2012
N. Relato debido a la generosidad de Felipe Bohoyo quien agradezco
vivamente que me la contara.
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