martes, 21 de agosto de 2018

CAUSAS EXTERNAS


La era del tío Manolete era como un pequeño ecosistema. Todos los elementos –personas, animales y mies- eran necesarios y todos cumplían su misión. El tío Manolete se ocupaba del orden; por la mañana pronto uncía las yuntas, las metía en la parva y, cuando todo estaba en su sitio, se sentaba a la sombra del roble, liaba un grueso cigarro de picadura y se ponía a fumar en un estado de paz total, como si en el mundo no hubieran más cosas que su cigarro y él. El quehacer del niño, cedido  gratis et amore por la madre los días que duraba la trilla, era bien sencillo: desde el momento en que su yunta de vacas —la más experimentada y la más mansa— entraba en la era, el niño se subía al trillo con la certeza absoluta de que no bajaría hasta la hora de comer. Después de la comida volvería al mismo sitio hasta el final de la jornada. Así un día y otro hasta que se trituraba la mies, con lo que su inexistente contrato de trabajo quedaba cumplido y resuelto.

            Seguramente era esta claridad en las funciones de cada uno lo que convertía la era en un remanso de paz y en espejo para otras eras, donde las voces, los gritos, las risas, el bullicio y algún que otro llanto eran constantes. Quizá porque no había una cabeza que organizara las funciones de cada uno como el tío Manolete, capaz de convertir la era en un lugar de perfección solo alterado muy de cuando en cuando por la abuela Casia, aunque, eso sí, siempre por una causa externa.

            La abuela Casia era un viejecita pequeña, menuda y arrugada, de nariz aguileña y ojos vivos, siempre vestida de negro de los pies a la cabeza. Solía venir a la era por la tarde, cuando ya el calor había bajado y la temperatura era más dulce. En cuanto llegaba, requería una yunta y se acurrucaba en el trillo, hecha un ovillo. Al niño le parecía un ser indefenso, tan vulnerable como esos pajarillos que caen del nido antes del primer vuelo y andan sin rumbo expuestos a cualquier peligro. Si el niño hubiera podido, la habría mandado a la sombra del roble para que estuviera fresquita y no se ensuciara con el tamo de la paja. Pero el niño no mandaba. La viejecilla debía de notar estas muestras de cariño porque buscaba debajo del mandil y sacaba tres o cuatro aceitunas negras que ofrecía al niño y que este rechazaba porque no sabía qué vecinos habrían tenido las aceitunas en la faltriquera de la abuela.

            Algunas veces, en el pueblo, el niño oía comentarios de la anciana que no le gustaban, incluso que le ofendían, pero él no los tenía en cuenta.

            Porque, ¿qué importancia podía tener que la mujer conviviera con las gallinas dentro de la casa y que colocara en la lumbre una chapa a modo de parapeto para que los pollitos no se quemaran? Si al niño le hubieran dejado, habría hecho lo mismo y, además de las gallinas y los polluelos, habría metido en la casa gatos y perros y el chivo negro al que tanto quería.

            El día que se derrumbó la obra y sepultó a los dos albañiles y todos los hombres del pueblo estuvieron horas cavando hasta que los encontraron, muertos y bien muertos, la tía Casia, aunque no era de la familia, se lanzó al suelo y se revolcaba y pataleaba como si la sepultada hubiera sido ella. El niño lo entendió porque la desgracia se había cebado con el pueblo y él hubiera hecho lo mismo si se le hubiera ocurrido.

            ¿Y cuando abandonó la yunta y tuvo que intervenir el tío Manolete? Estaba tan tranquila acurrucada en el trillo disfrutando del tedio de la tarde cuando pasó la madre del niño y le dijo:

-¡Qué bien hoy, tía Casia! Trillando como una buena moza.

-¿Ah, sí? Pues ahora mismo lo dejo.

            Y se bajó del trillo y la yunta se salió de la era y se preparó un follón de padre y muy señor mío, más propio de otras eras, porque aquella era un remanso de paz. Y tío Manolete voceaba como un loco y tuvo que arrimar la vara a las vacas que no querían volver a la era.

¿Y qué culpa tuvo ella? Era evidente que había habido una causa externa. Y, además, si el niño hubiera podido, habría hecho lo mismo.


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