En cuanto que el
compañero empezó a hablar de la sequía y pronunció el nombre del cura, Braulio
aguzó el oído. Estaban tumbados sobre una lancha, en la linde de los dos
pueblos, cuidando sendos rebaños, uno de cabras y otro de ovejas, que pacían
tranquilos, cada uno en su careo. El hombre, algo mayor que Braulio, llevaba ya
un buen rato hablando de la sequía que torturaba al campo y a los campesinos.
Y, aunque no era de allí, había ido nombrando una a una las fuentes que tan
bien conocía Braulio y que ahora, o estaban secas o manaban tan poco que apenas
humedecían los juncos que revelaban su presencia. Lo mismo dijo de la garganta
y del arroyo de Los Nijares, que apenas corrían. Y luego contó lo de La Virgen
de su pueblo, que a Braulio sólo le sorprendió al final porque en el suyo
también era costumbre que, si la sequía se prolongaba, sacaran la imagen de La Virgen de
La Portería para recorrer las afueras del pueblo en procesión solemne, con el
cura al frente, entre cantos que pedían agua. Braulio aún recuerda alguna letra
y eso que no comparte ciertas estrofas, sobre todo por esa predisposición que
tienen los campesinos para culparse de las cosas que no pueden controlar. Y
como sin darse cuenta, se pone a recitar por lo bajo, tan bajo que el otro no
interrumpe su discurso.
Agua te pedimos
Soberana Madre.
Agua te pedimos
Que los campos bañe.
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Agua, Señora y más agua
te piden los
labradores,
que se les secan
los campos
con los aires y
calores.
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Los campos nos piden agua.
El cielo ya está nublado
Y no la dejan caer
Nuestras culpas y pecados.
|
|
Braulio recuerda perfectamente que unas veces llovía y otras no e, incluso, recuerda haber oído contar a su madre que, en cierta ocasión, casi no tuvieron tiempo de devolver la imagen a la iglesia porque antes de terminar el recorrido les cayó una buena tromba. Braulio recuerda también que, la última vez que sacaron la imagen, fue el cura, que debía de tener prisa, el que puso fin a un recorrido breve con un comentario que dejó algo confusos a los asistentes: “Vámonos ya, que lloverá si tiene que llover”. En la comarca
del pueblo del compañero, según contaba, habían padecido una sequía muy
prolongada y todos los pueblos, unos antes y otros después, habían sacado sus imágenes
sin que hubiera caído una gota, por lo que decidieron juntarse todos en una sola
procesión y sacar la de La Virgen de La Villa, el pueblo más grande de la
comarca, donde se agrupaban todos los servicios. A Braulio no le costó imaginar
cómo sería el pueblo porque ellos estaban en la misma situación: varios núcleos
poco poblados que no tenían más remedio que surtirse de comida y de todo lo
necesario en Piedrahíta o en El Barco, los pueblos donde se aglutinaban los
comercios, las ferreterías y los bares.
Así que —siguió
contando el hombre—después de hablarlo los alcaldes, una mañana clara se
juntaron los de todos los pueblos y, unos andando y otros en caballerías, se
presentaron en la puerta de la iglesia del pueblo grande para pedir a La Virgen
que les trajera agua. Y la trajo, porque, esta vez sí, antes de que terminara
el acto llovió y llovió tanto, que muchos de los asistentes llegaron a sus
casas hechos una sopa y los de los pueblos tuvieron que refugiarse en los
soportales de la plaza y retrasar el regreso hasta que amainó. Aunque ninguno
de ellos se quejó porque el agua fue mucha y muy bien caída. Por eso no extrañó
a nadie que, en el camino de regreso al pueblo, uno de los asistentes, que no
había abierto la boca durante el largo trecho de vuelta, dijera como para sí,
pero bien alto para que lo oyeran los otros:
—Esta sí que es
una Virgen y no las mostrencas que tenemos en los pueblos nuestros.
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