En mi pueblo, por estas fechas, las tareas menguan mucho
porque los días se acortan. Se madruga menos y en la sonochada algunas mujeres se
van de hilandero a las casas de los vecinos para hilar un copo y compartir la
lumbre mientras hablan y hablan. Los hombres suelen dedicarse a quehaceres que
no requieren gran esfuerzo. Con alimentar al ganado, hacer alguna regadera y
cortar los zauces de los bardos, está todo hecho. Oficios de poca monta para hombres tan
vigorosos como los de mi pueblo, que pueden estar segando a la guadaña una
semana entera sin decir esta boca es mía. La única tarea que requiere algo más
de energía, si el tiempo se encabrona y le da por nevar, es la de abrir la
carretera. Y hay días que la abren por la mañana y por la tarde está lo mismo:
otra vez imposible; y es que el clima, como dicen ellos, no es muy solidario
con los hombres de mi pueblo. Por eso en estas fechas, es muy recomendable
poner a recado la pala y las botas de agua. Y mejor dentro de casa que fuera.
Por lo que pueda pasar.
En mi pueblo, la mayoría de los
cumpleaños caen en otoño o a finales del verano, quizá porque cuando el dios
Eolo se cabrea, se va la luz y nos quedamos sin teléfono y sin tele. Y sólo
protestamos los más viejos y los niños, porque los más jóvenes, no sabemos por
qué, se alegran con esta contingencia.
En mi pueblo, por estas fechas, los
que se fueron a Madrid a trabajar de tenderos, que fueron muchos, suelen mandar
un paquete a la casa de los padres con cosas de Navidad. Los niños esperamos
con ansiedad el envío, que, si no llega a nuestra casa, llegará a la de alguna
tía y en cuanto que oímos cantar la lotería en la radio de tía Irene, nos llegamos
a la casa del familiar a ofrecernos para cualquier cosa.
-Tía, ¿quiere usté
que vaya a por las vacas al prao Llera?
-No, hijo, ya ha ido el tío Vicente.
Y si el tío
Vicente se hubiera retrasado un poco, a lo mejor, en lugar de una peladilla
hubiera caído algún mazapán o cualquier otra golosina de las que abundan en el
paquete y que tan ricas nos saben.
En mi
pueblo, en Nochebuena, las familias cenan en casa, siempre añorando a alguien,
y luego suelen juntarse todos en la vivienda de alguno de los hermanos para
tomar café y dar buena cuenta del paquete que ha llegado de Madrid. Se come
turrón y mazapán y se bebe con mesura, en una copa que va pasando de unos a
otros. No se selecciona la bebida porque en mi pueblo, donde el único licor que
se toma es el recio aguardiente que se compra para la matanza, cualquier cosa
nos viene bien. Los niños tomamos sopa en vino y no bebemos de esas botellas de
formas raras y nombres exóticos como “Cualquiercosa”
o “Loquesea”, que dicen las madres
que eso no es para niños, que escarba en el pecho como si te pincharas con un
espino.
En mi
pueblo, en Nochevieja, la gente no suele hacer nada especial, porque, al fin y
al cabo, qué importancia tiene cambiar de año si vamos a seguir haciendo lo
mismo. Lo único diferente es que el día de Año Nuevo se celebra el Cabildo en
el Ayuntamiento y se echan los cargos para todo el año y habrá que estar
atentos por si nos toca llevar la cruz o nos interesa quedarnos con el macho o ser
comisionados de la dehesa o de El Castrejón y, si no hay más remedio, a ver quién
es el compañero. Y hay que repasar las cuentas de los salientes y ver que
cuadra todo, las vacas del pueblo y las forasteras y que no se han dejado
ninguna sin cobrar ni han pagado a nadie de más. Y no es que en mi pueblo no
nos fiemos de los cargos, que no es eso, que todos son gente honrada, además de
que poco se puede llevar alguien de donde poco hay.
En mi
pueblo, en estas fechas, hace un frío que pela y algunos caminos se llenan de
hielo de parte a parte y los niños tenemos que echar estiércol para que las
vacas puedan pasar por El Trampal sin resbalarse, no vaya a ser que alguna se
encoje o se desgracie para siempre. Y hombres tan curtidos como los de mi
pueblo, tiritan en la iglesia y por eso no van a la misa del Gallo y algunos,
cuando salen al pórtico de la iglesia el día de Navidad y se ve caer el hielo
al trasluz del sol bajo un cielo claro y de un azul intenso, dicen que preferirían
estar con las vacas en Los Eros. Y seguramente es cierto.
En mi
pueblo, antes salía humo de todas las chimeneas y pasaban todas estas cosas porque había mucha gente.
RHM. Enero 2016.
NOTA: Sirva este pequeño relato de homenaje a todas las personas que, por desgracia, tuvieron que abandonar el pueblo donde nacieron y sirva, especialmente, de reconocimiento a los que se quedaron. Feliz año a todos
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