PELO
A Braulio, que ya es viejo y está de vuelta de casi todo, le sale a
veces cierta vena ácrata e iconoclasta que le lleva a pensamientos políticamente
incorrectos, que diría alguno de nuestros ínclitos gobernantes; y eso que Braulio
no habla de política.
Anoche vino de la ciudad una de las sobrinas,
peluquera ella y, como siempre, nada más verle empezó con la cantinela: que si
el cerote de la chaqueta, que si las barbas, que el pelo… Y que
mañana por la mañana, en cuanto se
levante, le quiero en casa para tratar de arreglar en lo posible esas pintas de
pordiosero que tiene usted. Que no sé cómo no le dan una limosna cuando le ven
por la calle.
A
Braulio siempre le ha cortado el pelo el cuñado con una maquinilla que se trajo
de África, cuando la mili. Se ponían de acuerdo, sacaban una silla al corral,
se quitaban la chaqueta y, sin más preámbulos, comenzaban con el chas chas del
aparatillo, de adelante a atrás, todo por igual. Primero uno y luego el otro. Y
a casa. Pero Julián murió y ahora ya no hay nadie que lo haga. Hay que ir a El
Barco y el hombre no está por la labor. Total, si con la boina no se ve. Y,
además, ya se sabe que pela buena o mala a los ocho días iguala. Pero anoche
vino la sobrina y se jodió la cosa.
Por
eso está aquí Braulio, obediente como siempre, sentado en el corral,
calentándose al solecillo mañanero de julio, sin atreverse a liar un cigarro,
no sea que se moleste la sobrina, esperando y escuchando el run run de la radio
del vecino, que tiene el aparato colgado de un clavo en la puerta de la casa: recortes
por aquí, Cataluña por allá, prima de riesgo para arriba, prima de riesgo para
abajo.
Cuando
sale la muchacha, el viejo, que no quiere mucha conversación esta mañana, coge
un periódico que está sobre la piedra del poyo, como abandonado. En la portada,
una gran fotografía de El Congreso, vallado como si alguien temiera una
invasión. Braulio, que anda algo revuelto por lo que oye y por un lumbago que
le impide enderezarse, se queda unos segundos mirando la foto, meditabundo, mientras la mano de la sobrina atusa, acaricia y corta. Y en
ese preciso instante, por encima de la pared del corral se oye nítida la voz de
un hombre que dice que “los políticos están razonablemente mal pagados”. Y
Braulio, con el dedo puesto sobre un recuadro que enumera los casos de
corrupción de la semana, siente una ola de calor que le sube desde las entrañas
y, llevado por esa vena ácrata e iconoclasta que desconoce, no puede dejar de
pensar si no sería conveniente mantener vallado El Congreso, sobre todo para
protegernos de algunos de los de dentro. ¡Que ya está bien, coño!
Y
la sobrina, con cierto aire maternal, le dice que no, que aún no está bien y
que como no se esté quieto va a llevar más trasquilones que el burro de
Agapito.
RHM
Febrero 2013
Febrero 2013
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