jueves, 22 de octubre de 2015

NIÑOS




El niño estaba tendido cuan largo era debajo de un roble, sobre el santo suelo, leyendo con avidez un librillo arrugado y lleno de manchas. Leía ajeno a todo; ajeno al sol que le caía de plano sobre las piernecillas desnudas, ajeno a los cantos en la era vecina, ajeno a los niños que jugaban con un perrillo que corría por el prado, esperando quizá un trozo de pan del pastor que guardaba cuatro borregos tan flacos como él. Ajeno, incluso, a la voz de su padre que ya le había llamado dos veces.
Era un niño enclenque, de unos diez años, que tenía que aprovechar que aquel libro viejo y cochambroso hubiera caído en sus manos. Un libro ajado que, sin embargo le transportaba a un mundo de ensueño, porque el niño era un ser bastante fantasioso, capaz de tramar y de creer las aventuras más extraordinarias. El librillo era una leyenda mínima que glosaba las hazañas de Guillermo Tell.
Cuando llegó a la última página, el niño cerró con cuidado el libro y se dio la vuelta, de cara al cielo limpio y azul. Su imaginación volaba libre, como vuelan los pájaros, repasando la historia que acababa de leer. El cantón de Uri podría haber sido el término del pueblo, tantas veces recorrido, aún a tan corta edad. El niño veía la plaza, tan parecida a la suya, veía el palo erguido en el centro, tan parecido al suyo; veía la imagen del gobernador, que podría ser el alcalde, no porque fuera malo, sino porque era la única autoridad que conocía. Y se veía él. Se veía rebelándose contra la orden absurda de saludar a un muñeco; se veía con el arco a la espalda y veía la manzana sobre la cabeza de un hijo imaginario. Se veía apuntando con pulso firme, ajeno al gran corro de gente anhelante, que apoyaba su rebeldía; y veía la manzana partida en dos limpiamente. Luego, contestaba altivo a un Gessler imaginario que le preguntaba por qué había colocado dos flechas en la ballesta.
El niño se giró y volvió al libro; buscó la primera página y encontró el nombre del autor: Egidio  Tschudi.  ¿Quién sería tal Egidio? No tenía ni idea, pero seguramente habría sido un niño como él; un niño amante de los cuentos de su tierra que se quedaría embobado oyendo a los más viejos contar historias de lobos, de caza, de pastoreo o de cualquier cosa. Seguramente, el tal Egidio habría disfrutado tanto como él con la lectura de libros que hablaban de héroes legendarios que se lanzaban al mundo sin miedo al hambre ni al peligro. Hombres que eran capaces de dar su vida por una idea. Y de repente, pensó que ya no quería ser como Tell, sino como Egidio, porque Tell solo había uno y su historia ya había sido contada, pero siendo Egidio podría fabricar tantos Guillermos como quisiera. Podría fabricar un Tell pastor que luchara contra los lobos, un Tell cazador que recorriera los lindones detrás de las perdices y lo conejos; podría fabricar un Tell que ensalzara la amistad, que contara historias del pueblo y, sobre todo que las conservara.
Entonces oyó de nuevo la voz del padre:
-Miguel, esta es la tercera vez que te llamo, ¿quieres venir al trillo de una puñetera vez?
Y el niño se levantó despacio y se encaminó a la era. Se llamaba Miguel, pero podría haberse llamado Mario, o Ernesto, o Camilo. Podría haberse llamado como  cualquiera de los hombres y mujeres que adornan la imaginación de los niños que aman la lectura.
RHM
Octubre 2015