Ahora
que se habla tanto de las nuevas tecnologías, me permito presentaros el primer
acercamiento que tuvimos en el pueblo a tan magnos adelantos. Fue allá por los
sesenta. Hasta entonces siempre habíamos separado el grano de la paja, una vez
trillada la mies -como manda El Evangelio-, con la ayuda del viento. Ya se
sabía: si hacía aire, se lanzaban horconadas de mies hacia arriba para que el
viento hiciera volar la paja unos metros mientras el grano caía por su propio
peso a los pies del limpiador. El problema era que el aire, siempre caprichoso,
podía aparecer a cualquier hora, incluso por la noche o de madrugada, lo que
obligaba muchas veces a los sufridos campesinos a dormir en la era. Incluso,
podía no aparecer en varias jornadas, con lo que la parva se eternizaba,
expuesta a cualquier inclemencia porque ya se sabe que La Naturaleza o quiénquiera que mande allí arriba no suele tener en cuenta las necesidades de los
hombres del campo e, incluso, algunas veces parece manifestarles una hostilidad
fiera.

La
máquina llegó al pueblo en un camioncillo, pasó unos días en el corral del
abuelo y desde allí, tirada por una pareja de burros, fue llevada a la era ante
la expectación general y encerrada en una caseta fabricada al efecto y de
donde sólo salía para limpiar.
Trabajar
con ella era todo un adelanto, porque las parvas se trillaban y limpiaban inmediatamente después, por lo que no era raro escuchar a los vecinos o a los transeúntes: ¿Ya habéis
recogido el centeno? Claro, vosotros como tenéis máquina. Y aunque notábamos
algún retintín, también observábamos cierta admiración.
Luego
llegaron otras al pueblo, pero ya no fue lo mismo.
RHM
Nov2015