viernes, 26 de mayo de 2017

PASTORES FUIMOS, PASTORES SOMOS





Quien esto escribe no ha corrido nunca un cross, pero ha corrido mucho por estas tierras. Ha sudado en ellas y ha sentido la misma fatiga que puedas sentir tú hoy. Estas tierras privilegiadas, dotadas por la Naturaleza de una belleza extraordinaria y por la Administración de un abandono también extraordinario, ahora tan vacías, estuvieron no hace muchos años llenas de todo, pero, sobre todo, llenas de vida.  Estas tierras, que formaron parte del alfoz de la sierra del señorío de Corneja, pasaron a los pueblos a finales del XIX, cuando la desamortización de Pascual Madoz.
Si la fatiga te lo permite, levanta la vista y mira; porque, además de disfrutar de un paisaje bello como pocos, has de saber que tu presencia en esta carrera es de importancia capital para que estos pueblos continúen vivos.
                Saldrás de Horcajo por la carretera, entre huertos y eras, ahora solitarias. Pronto tomarás a la izquierda el antiguo camino de El Cerro, camino de cabras que ha intentado sin mucha fortuna arreglar algún Organismo de la Junta. Por aquí bajaban por la mañana las vacas que venían a trillar a las eras que has dejada más abajo y regresaban, cansadas pero rápidas, por la tarde para reunirse con las crías que las esperaban en la dehesa, ansiosas de leche. Cuando llegues al alto, tiende la vista tu derecha y, sin perder mucho tiempo, ya sabes que estás compitiendo, mira el azul de Gredos sobre el manto blanco que bordea los picos. Pocos miradores como este: la sierra al fondo, el río y los pinares en el valle y entre el verdor serrano, los pueblos de Zapardiel y Navalperal. Si tuvieras tiempo, te mostraría la piedra que nos recuerda la muerte de un hombre fulminado por un rayo cuando se dirigía a ver la novia en el precioso pueblo de Navasequilla que tienes ya a  tiro de piedra enfrente de tus ojos.
                Antes de llegar de nuevo a la carretera, tomarás un camino a la izquierda, por detrás del camposanto. Ahora pisas tierras centeneras, las de La Nava. Aquí durmieron muchas noches hombres y mozos de Horcajo al lado de rebaños que no tenían más misión entonces que la de estercolar estas tierras que daban un centeno abundante y necesario y que hoy son pasto del pasto.

                Cuando dejes las tierras, pasarás por el depósito del agua de Navasequilla, elemento de modernidad reciente, y enfilarás una pista que, siempre hacia arriba, te llevará hasta El Pasil, antiguo cruce de caminos en lo más alto de la sierra. Toma el de la derecha, antiguo camino de la dehesa, y sigue subiendo hasta llegar a la pared. Notarás que has dejado el camino y que, como el poeta, haces camino al correr. Mira cómo ha cambiado el paisaje ahora; la altura apenas permite el arbolado, excepto los pinos sembrados por la mano del hombre no hace muchos años; los prados son ahora de duro cervuno y el agua es limpia y cristalina, pero tan fría que corta como el filo de una navaja.
                Cuando pases la puerta de la pared, que encontrarás abierta, habrás entrado en Las Cañadas, parte del proindiviso que forma la C.B. “Dehesas de Horcajo”. El camino, ahora mucho menos costoso, discurre entre regajos de cervuno y calabones. Has de saber que los topónimos que nombran estos lugares no pueden ser más bellos, además de certeros: el regajo de Los Cachorros, el Risco de la Tarayuela, en su origen Atalayuela, diminutivo de atalaya, nombre de origen árabe, que indica, si no la presencia de aquellos en estos parajes hace más de mil años, sí la influencia que ejercieron en nuestra lengua de hoy. La fuente de El Arrecío, donde podrás refrescarte, nos induce a pensar que alguien murió de frío en estos parajes tan poco acogedores. Aunque no vas a llegar a ella, no resisto la tentación de nombrar la fuente de Vacía Zurrones, cuyo topónimo lo dice todo. Cuántos morrales se vaciarían en esa fuente del término de Santiago cuando el camino a Piedrahíta era la única manera de comprar los enseres de primera necesidad. El Cervunal de la Pozas –si puedes mira, aunque sea de reojo, su agua límpida a veces coronada de campanitas blancas- y el Cervunal Jondillo (Hondillo) te llevarán hasta el baldío de Navasequilla, en cuyo chozo encontrarás el primer avituallamiento. Corres ahora con  los calabonares de Lo Llano del Ruyo a tu izquierda y las montañas de Gredos al fondo. Dejarás a la derecha el Cuarto de los Regueros de Horcajo. Un cuarto para los campesinos, además de la cuarta parte de algo, tenía otro significado, referido a la posibilidad de sembrar sus cercas centeneras cada cuatro años, que aquí siempre eran menos. Ahora corres por fuera de la pared, atravesando un terreno que se quemó hace unos cincuenta años y donde la solidaridad de los dos pueblos quedó patente una vez más: gentes de ambos lugares lucharon como jabatos para evitar un desastre de proporciones terribles.

                Ahora, de bajada dejarás a la derecha las dehesas de Abajo de ambos núcleos; la pista es de tierra y la pendiente favorece la carrera. Al fondo, otra vez el pueblo de Navasequilla, cada vez más cercano. Cruzas la garganta por un pontón de tierra, subes una pequeña pendiente y entras en el lugar por una calle angosta bordeada de bellas casas de piedra, exponentes naturales de la arquitectura rural serrana. Llegas a la plaza, donde podrás avituallarte por segunda vez. Mientras te refrescas con el agua de su bello pilón de piedra, mira a tu izquierda: la cara norte de Gredos se muestra en todo su esplendor. Estás, quizá en el mirador más privilegiado de la zona. Reanuda la marcha, sube la cuesta, pasa el bar, como tantas cosas en estos pueblos, obra de la voluntad de los vecinos, vuelve a pasar el cementerio y enfila a la derecha por una vereda apenas visible. Cuando alcances el alto, tendrás oportunidad de percibir una vista de Horcajo poco habitual: un pueblo de montaña que, desde esta perspectiva insólita, aparece ahora acunado en un valle imaginario. Al fondo El Frontón, El Vallejo y Los Collados conforman un cinturón que envuelve un paisaje donde el arbolado, especialmente el roble y el sauce, han vuelta a aparecer.
                El camino, que más parece trocha, es ahora de bajada hasta los prados del Umbriazo y desde aquí, también. A partir del Tejaízo, el camino mejora: ahora es una pista ancha y cómoda y la presencia del pueblo cuya iglesia vas a distinguir apenas alcances el huerto del Duque, animará tu marcha, que ya toca a su fin.
                Entrarás en el pueblo por El Pozo y en pocos minutos llegarás a la plaza donde la organización habrá situado la meta. No sé cuál será tu puesto ni a ti debería importarte. El premio lo has obtenido ya participando en una carrera como esta, disfrutando de unos paisajes como estos, pero, sobre todo, el premio se lo has dado tú con tu presencia a estos cientos de gentes que te jalean porque saben que tu esfuerzo, que el sudor que ha regado el camino, no ha sido estéril. Saben que, en este caso, lo importante no era ganar, sino participar. Por eso te aplauden y te quieren. Gracias por venir a esta tierra.

NOTA: Este es el texto que escribí para el I Cross de los Pastores hace dos años.   El próximo 29 de julio se celebra la tercera edición. Sirva este pequeño relato para animaros a visitarnos ese día.