sábado, 26 de marzo de 2011

QUÉ SUEÑA MARCELINO



Hace unos días que unos alumnos de Marino le regalaron un buche precioso, redondo y peludo. El burrillo es pequeño, sumiso y alegre, hermoso como un diosecillo trotón. Se llama Marcelino y ha venido a romper el tedio rutinario del largo invierno serrano.


QUÉ SUEÑA MARCELINO




Desde que los vi entrar por el testero del prado supe que algo iba a cambiar en mi vida de burro en ciernes. Venían hablando ente ellos, riendo y fumando, señalándome con los garrotes. Eran tres mozos jóvenes y fuertes. Me cogieron en brazos y sin más explicaciones me sacaron del prado y me metieron en una especie de cajón enorme y con ruedas que iba enganchado a un coche de los que llaman todoterreno. El habitáculo tenía una ventana enrejada y por ella, bajo un cielo plomizo, vi cruzar campos yermos y árboles sin hojas. Circulamos un buen rato y, cuando nos detuvimos, los mismos brazos fuertes y vigorosos me bajaron del vehículo y, con mucho cuidado, con mimo, incluso, me metieron en un cercado enorme con muchos robles y poca hierba y me entregaron a otro hombre vestido de azul que, al principio, pareció sorprendido, aunque, por los gestos de asentimiento y las risas agradecidas, supuse que mi presencia no le desagradaba. No puedo decir, como el poeta, que entré en el prado con un trotecillo alegre, acariciando con mi hocico las suaves florecillas porque, ni había florecillas, ni mi ánimo era alegre. Entré más bien obnubilado y tristón, casi a punto de llorar y me acerqué a buscar el amparo de una potra oscura, de buena alzada y algo apática, que me recibió con la más absoluta indiferencia. Y aquí estamos ahora la yegua y yo, únicos habitantes del recinto, hermanados como si fuéramos familia de verdad: ella aparentemente fría, distante y altiva, y yo pequeño y chiquito, indefenso, buscando siempre la protección de la compañera, fuerte y poderosa, que, ahora sí, me acoge como a un hijo indefenso. Viendo pasar la vida y soñando… Soñando con campos amarillos de trigo, con mañanas cubiertas de rocío, con arroyos calientes y gargantas de aguas frías y cristalinas; soñando con rebuznos que rompen el silencio de la tarde, con pesebres repletos de pienso; con mozas en flor que cantan y aman. Soñando, en definitiva, con un tiempo pasado que no ha de volver.


RHM. marzo2011.

martes, 8 de marzo de 2011

SOPA CASTELLANA


Braulio es ante todo un hombre serio. Serio por dentro y por fuera. Grande, aunque no excesivamente, fuerte, de aspecto noble. Tiene una hermosa cabeza redonda y unas facciones armónicas y proporcionadas. La frente amplia y el pelo escaso; la nariz ancha y recta y la boca dura y firme, cerrada por unos labios finos y algo herméticos. Las orejas pequeñas y el mentón redondo le dan un aspecto de hombre campechano y prudente.
Y es que Braulio es campechano y es prudente, y, desde hace algún tiempo, algo contestatario y un poco burlón, socarrón, incluso. En los concejos Braulio no es de los que hablan sin ton ni son; suele colocarse al fondo, como si quisiera pasar desapercibido, aunque permanece atento y asiente o niega según convenga.
Es un hombre generoso, pero no tonto. Braulio es de los que entregan la petaca al compañero para echar un cigarro de picadura, pero, si el otro lo lía tan gordo que apenas le cabe en el papel, a Braulio no se le olvida y es capaz de no fumar en todo el día si se junta de nuevo con un sujeto así de aprovechado. Braulio ama el léxico sencillo y las frases directas. No es amigo de eufemismos y seguramente, desde donde esté ahora, andará partiéndose las muelas con ciertos usos del lenguaje, sobre todo del que emplean los políticos. A Braulio eso de ganar el futuro, construir las libertades, configurar las políticas y otras expresiones parecidas le produce una cierta sensación de vacío. Él es más partidario de los términos directos, de guiarse por los indicios de la naturaleza. Braulio sabe que si no cura las pezuñas de las ovejas, va a tener una cojera de tres pares de narices o que si pela antes de los últimos de mayo, muchas se van a morir de frío. Y eso por no hablar del tiempo. Braulio es capaz de saber la hora con sólo mirar al sol o de adivinar si va a nevar por el ruido del río o el color del cielo. En fin, en esto del lenguaje a Braulio le gusta la claridad. Aún se ríe cuando se acuerda de aquella vez, en la feria de Cáceres, cuando el amo invitó a comer a los pastores a un restaurante de postín, aún no sabe bien Braulio cómo pudo estar tan generoso. El caso es que en la carta se anunciaba, entre otros, como primer plato sopa castellana con pan de pueblo aderezada con hierbas salvajes. La pidió porque le recordaba a su tierra y también porque, aunque él no lo diga, es algo naturalista y etnógrafo, y esperó expectante. Cuando el camarero trajo la fuente, Braulio, que es de buen beber y mejor comer, no pudo reprimir el comentario:
- Joder, pero si esto son sopas de ajo.
Y desde aquel día supo Braulio que el tomillo y el romero son hierbas salvajes, por más que él las considere domesticadas desde hace mucho tiempo.