Hace unos días que unos alumnos de Marino le regalaron un buche precioso, redondo y peludo. El burrillo es pequeño, sumiso y alegre, hermoso como un diosecillo trotón. Se llama Marcelino y ha venido a romper el tedio rutinario del largo invierno serrano.
QUÉ SUEÑA MARCELINO
Desde que los vi entrar por el testero del prado supe que algo iba a cambiar en mi vida de burro en ciernes. Venían hablando ente ellos, riendo y fumando, señalándome con los garrotes. Eran tres mozos jóvenes y fuertes. Me cogieron en brazos y sin más explicaciones me sacaron del prado y me metieron en una especie de cajón enorme y con ruedas que iba enganchado a un coche de los que llaman todoterreno. El habitáculo tenía una ventana enrejada y por ella, bajo un cielo plomizo, vi cruzar campos yermos y árboles sin hojas. Circulamos un buen rato y, cuando nos detuvimos, los mismos brazos fuertes y vigorosos me bajaron del vehículo y, con mucho cuidado, con mimo, incluso, me metieron en un cercado enorme con muchos robles y poca hierba y me entregaron a otro hombre vestido de azul que, al principio, pareció sorprendido, aunque, por los gestos de asentimiento y las risas agradecidas, supuse que mi presencia no le desagradaba. No puedo decir, como el poeta, que entré en el prado con un trotecillo alegre, acariciando con mi hocico las suaves florecillas porque, ni había florecillas, ni mi ánimo era alegre. Entré más bien obnubilado y tristón, casi a punto de llorar y me acerqué a buscar el amparo de una potra oscura, de buena alzada y algo apática, que me recibió con la más absoluta indiferencia. Y aquí estamos ahora la yegua y yo, únicos habitantes del recinto, hermanados como si fuéramos familia de verdad: ella aparentemente fría, distante y altiva, y yo pequeño y chiquito, indefenso, buscando siempre la protección de la compañera, fuerte y poderosa, que, ahora sí, me acoge como a un hijo indefenso. Viendo pasar la vida y soñando… Soñando con campos amarillos de trigo, con mañanas cubiertas de rocío, con arroyos calientes y gargantas de aguas frías y cristalinas; soñando con rebuznos que rompen el silencio de la tarde, con pesebres repletos de pienso; con mozas en flor que cantan y aman. Soñando, en definitiva, con un tiempo pasado que no ha de volver.
RHM. marzo2011.