Anda el otoño tan revuelto entre nieblas y agua que no se puede hacer nada en el campo. Así que cuando esta mañana el sol ha teñido de amarillo los picos de la Jerrera anunciando un día de octubre fresco y seco, los hombres y las mujeres del pueblo se han preparado enseguida para recoger las patatas antes de que la lluvia convierta otra vez los huertos en chapinales. Braulio ha ido antes a la pastoría a apartar las ovejas y se he llevado las suyas a Los Maíllos, para que ramoneen un poco en las lindes y se coman las vides, mientras que él ayuda a la hermana. Braulio está hoy contento. Anoche vino el sobrino, un muchacho joven que anda en la ciudad, aprendiendo a vivir, de dependiente en una tienda de chiche. No conoce el hombre el sueldo del mozo, que no será grande, pero el muchacho ha venido conduciendo un coche y la hermana está más contenta que unas castañuelas.
El vehículo, de un color azul oscuro, algo descascarillado, tiene en el cristal trasero un disco redondo y negro con un ocho y un cero pintados de blanco. Cuando Braulio ha preguntado, el sobrino le ha dicho que, como es novato, el ochenta es para indicar que no puede pasar de esa velocidad y que además tiene prohibido ir por carreteras nacionales y autopistas los domingos y festivos antes de las doce de la noche. Es decir, que si viaja de día, tiene que hacerlo por las comarcales y locales.
Braulio nada ha dicho; ha ido a por el burro y con la ayuda del mozo ha cargado dos sacos de patatas, uno a cada lado de la albarda, enlazados, y se ha echado al camino no sin antes indicar a la hermana que cuide de que las ovejas no se metan en los huertos que están sin coger, que, luego, cuando él vuelva, ya las llevará al prao del Machoto para que se harten, que el otoño será malo para la siembra y las patatas, pero los prados rebosan de hierba. Y ahí va Braulio con el burro del rabero bien pegado a la orilla de la carretera -que últimamente la Guardia Civil te da un disgusto en cualquier momento-, la gorra calada hasta las cejas, el cigarro en la boca, medio apagado, la garrota en la mano y la cabeza dándole vueltas al ochenta del muchacho. Recuerda Braulio que cuando él aprendió a montar en la potra de casa, en los campos de Brozas, el padre siempre le decía que jinete y caballo nuevos necesitan luz y buen terreno. Tú monta siempre en la cañá, no te metas entre las piedras ni las jaras, busca el terreno limpio para que el animal galope sin trabas. Y así aprendió Braulio, buscando los caminos de carros y las mañanas de sol, hasta que la maña y el dominio sobre la yegua le convirtieron en uno de los mejores jinetes del pueblo, capaz de dominar cualquier caballo. Y piensa el hombre que eso sería lo que le vendría bien al sobrino: luz y buenas carreteras; y piensa también si los políticos que han parido tal idea serán conscientes de la barbaridad que han hecho y, sobre todo, si alguna vez, aunque ya estén retirados, sentirán algún cargo de conciencia por los jóvenes novatos que van a morir en esas carreteras llenas de curvas asesinas en noches de agua, viento y nieve, sólo para dejar libre el camino a los conductores más experimentados. Porque eso también lo ha dicho el muchacho: Tío, es que hay que evitar los embotellajes. Y a Braulio la palabra le ha parecido tan horrible como la norma.
RHM
Julio2011.
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