jueves, 15 de octubre de 2009

EL PILÓN DE ABAJO

Aquí me tenéis. A punto de cumplir los 75 y tan campante, transmitiendo tranquilidad y sosiego, como si el paso del tiempo no fuera conmigo. Viendo pasar la vida sin inmutarme, ajeno a fríos y calores, a filias y fobias, cumpliendo fielmente con la misión para la que fui construido: proporcionar agua fresca a personas y animales. Más de ochenta millones de litros han manado de mi caño firme. ¡Cuántos cántaros se habrán llenado bajo mi chorro! ¡Cuántos requiebros, cuántos piropos, cuántas insinuaciones, flores, lindezas...! ¡Cuántas promesas habré escuchado! ¡Y cuántas disputas, desencuentros y discusiones habré soportado en callado silencio! ¡Cuántos animales se habrán apoyado en el borde para beber, espantándose al ver reflejada su imagen, como Narciso, en el agua cristalina…! Igual en invierno que en verano. Siempre presente, siempre activo, siempre a punto.

Sin embargo, mi nacimiento no fue tan tranquilo.

Dentro del corral de la casa de tía Bastiana, ahora de Pedro, manaba una fuente que tenía una pila a la que se accedía desde la calle. Eran muchos los animales que entraban al corral para saciar su sed, por la mañana y por la tarde, pero, sobre todo, en los días crudos del largo invierno, cuando la nieve los obligaba a permanecer en las casillas, de las que sólo salían a mediodía para beber agua. Y algunos animales, poco educados ellos, agradecían el regalo del agua dejando cerca de la pila o en la puerta de la casa otro obsequio en forma de hermosa boñiga o de espléndido cagajonero. La dueña del corral, dueña también de un carácter bastante irascible, se ponía roja de ira ante esta invasión animal, por lo que los “Mal rayo te parta, vete a cagar a la puerta de tu ama, primita Dios que abortes” y otras picardías aderezadas con respuestas del mismo tono alteraban muchas veces la quietud de la mañana y el suave murmullo del agua sobre la pila.

Gobernaba el Ayuntamiento el padre del tío Casimiro, que vivía al lado del corral, separado del mismo por un muro de piedra berroqueña. Era el alcalde, -tío Casimirón- lo que en el pueblo se conoce como una persona de peso: juicioso, sensato, prudente, enemigo de discusiones y riñas y amigo de mantener la paz en su municipio. Había oído el hombre desde su casa tantas veces las maldiciones y juramentos de la tía Bastiana y las réplicas de las vecinas, sin decidirse a intervenir que, harto ya de tanta disputa, optó por una decisión salomónica: sacar la fuente a la calle y transformar la pila de siempre en el pilón que soy. El cambio tampoco satisfizo a la mujer que esperaba otra medida, como que el alcalde hubiera prohibido la entrada de los animales al corral. Consideraba la tía Bastiana que, si bien ganaba en intimidad, perdía el uso de una fuente que, hasta entonces, había considerado de su propiedad. Sólo muchos años después, cuando la vejez la tenía atada al duro poyo de piedra, próxima ya a alcanzar la paz definitiva, viendo cómo los animales se acercaban a mí y bebían una y otra vez, la oí comentar en voz baja a su marido: “Pues, ¿sabes lo que te digo, Juan? Que tenía razón Casimirón”. Pero el alcalde ya no podía oírla.

No hay comentarios: