lunes, 29 de junio de 2015

NOCHE DE SAN JUAN




Braulio no es un hombre de letras, pero le hubiera gustado serlo por muchas razones; una de ellas para profundizar en los misterios de la vida. A Braulio siempre le han interesado esas historias algo oscuras que intentan descifrar enigmas de otros tiempos: que si el prado de Las Ánimas –cuántas veces lo ha segado Braulio- se llama así porque fueron las campanas llamando al rezo un dos de noviembre las que guiaron hacia el pueblo a dos viajeros que venían de Piedrahita y que andaban perdidos porque la niebla había borrado el camino. O la Cama de la Virgen. Braulio, que es un hombre realista, sube cuando puede y cada vez puede menos y se queda pensativo delante de la losa libre de musgo, igualita que una cama con su almohada y todo. Dicen que allí se apareció La Virgen, pero que, ante lo intrincado del terreno, decidieron edificar la iglesia más abajo, en el collado que corona le puertecillo. Sea o no cierto, a Braulio el lugar le produce un cierto recogimiento, como si los canchales, mudos testigos de la Historia, quisieran transmitirle algún secreto.

Una vez que Braulio andaba de cabrero, sentado en lo alto de un risco, observando la piara de cabras que ascendía plácidamente en armonioso careo desde el Cancho de la Mula, vio subir a dos hombres de negro. Uno era el cura nuevo de Horcajo y el otro no le resultaba conocido. Braulio aguzó el oído y oyó decir al de la sotana que La Cama era un lugar santo y no sólo para los cristianos; que la piedra podría haber sido un altar de sacrificios para los vetones  -dijo vetones o algo así-, que fue un pueblo adorador del sol y de las piedras; y dijo también, que en el solsticio de verano, al amanecer, el sol se alineaba de una manera tal que sus rayos iluminaban la piedra y… Y no oyó más.

Muy interesado, se presentó a los dos hombres, que le saludaron muy amablemente, pero no se atrevió a preguntar. Hablaban ahora de los romanos y decían que la mayoría de las fiestas cristianas tienen un origen pagano, por ejemplo, la noche de San Juan. Y fue oír lo de San Juan y Braulio se olvidó del rebaño –al fin y al cabo, las cabras se sabían el careo de memoria- y, algo más atrevido, le preguntó al cura por el origen de tan señalada fecha que los mozos del pueblo celebraban enramando a las mozas y cantándoles unas hermosas canciones que Braulio podía recitar de memoria. Cantarlas no, porque entre las virtudes Dios le dio, no se encontraba la del canto.

                El cura, que parecía un buen hombre, le dijo que el 23 de junio era una noche mágica en toda España. Y que la mayoría de los pueblos antiguos celebraban el solsticio de verano de una u otra manera. Aclaró que el solsticio era la entrada del verano, por lo que era una fiesta relacionada con el sol, el calor y el fuego, que tenía su origen en los dioses Hefesto y Vulcano, griego uno y romano el otro, ambos relacionado con el fuego y los volcanes.  De ahí que en muchos lugares se encendieran hogueras y en otros se pasara por encima de las brasas saltando con los pies desnudos mientras se pedía algún deseo. El cura continuó diciendo que estas fiestas eran siempre purificadoras –el fuego lo purifica todo, dijo-,  por lo que, en algunos sitios de Galicia se hacían hogueras en la playa y se arrojaban a ellas prendas y enseres de los que los hombres y mujeres querían deshacerse. Y en sitios como este, añadió, era muy probable que las gentes hubieran subido a estos riscos la mañana de San Juan para ver salir el sol y formular también algún deseo. Y Braulio no está seguro del todo, pero juraría que en la cumbre que pisan, aunque no sea la más alta del pueblo, es donde primero pinta el sol por las mañanas.

                El acompañante del cura, que hasta el momento había permanecido en silencio, recalcó que la noche de San Juan, no sólo era purificadora, sino que también era mágica y que él había conocido un pueblo en Orense cuya iglesia había quedado sumergida por una laguna o un pantano y que en la noche de San Juan se oía tañer las campanas. También se cree que esa noche otorga a las hierbas beneficios especiales, por lo que la gente salía a los campos a recogerlas y las guardaba durante todo el año. Y Braulio dijo sin poderse contener que eso era lo que hacía su tía Vicenta, que recogía la flor del sabuco y la guardaba en el sobrao, colgada en unas cuerdas y cuando alguien en la casa tenía dolor de muelas o de tripa, la vieja le hacía una tisana con la flor y que el dolor se le quitaba.

                Braulio contó lo de la flor y se calló, algo sorprendido por el interés que mostraba el desconocido que enseguida le preguntó si en el pueblo no hacían alguna otra cosa la noche de San Juan. Y Braulio, animado por la pregunta, les contó que los mozos solían cortar ramos de calabón y se los ponían a las mozas en alguna ventana de la casa, preferentemente en la de la sala donde dormía la muchacha, a la vez que le cantaban. Y los más enamorados y otros que estaban de semana en Gredos, traían los ramos de cambrión, algo más amarillos y más duraderos que los del pueblo. Y Braulio tiende la mirada al sur y se recrea en el enorme paisaje amarillo que sube desde Risco Redondo hasta las nieves de El Circo.  El hombre le preguntó si recordaba alguna canción y Braulio le dijo que sí, pero cuando le pidió que la cantara, el viejo se negó por lo que el otro se tuvo que conformar con que se la recitara, cosa a la que Braulio no pudo negarse. Así que engoló un poco la voz y declamó:
Mañanita de San Juan
se verá quién son las mozas
las que a la ventana tengan
un buen ramito de rosas
Y cuando el hombre le preguntó por el estribillo, Braulio no se pudo contener y se arrancó a cantar:
Levántate
que ya es de día 
que ya se ve
que ya es la hora
de venirte a ver

     Y se quedó a cuadros cuando vio que el hombre sacaba una libreta y apuntaba las canciones al dictado de Brulio.















































                Cuando terminó, le preguntó si podría contarles alguna anécdota sobre el enramado y Braulio les dijo que sí, pero que tendrían que dejarlo para otra ocasión porque las cabras habían coronado ya la cumbre de El Sillar y estaban llegando a las tierras de La Fuente Fría que estaban sembradas de patatas y que no era cosa de que por contarles el episodio de tía Jeroma y tio Andrés fuera él a tener un disgusto. Así que agarró la garrota y echó a andar camino abajo, feliz por haber aprendido algo más.

RHM
Julio 2015

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