martes, 10 de septiembre de 2013

LA PARTIDA






En ciertos pueblos de la raya entre Ávila y Salamanca es algo natural encontrar a las puertas de las casas en las cálidas tardes de primavera y otoño grupos de cinco o seis mujeres sentadas alrededor de una tosca mesa de madera, sobre duras banquetas de fabricación casera jugando al Tute o a la Brisca. En Horcajo, sin embargo, sólo juegan los hombres. Siempre al Cinco y siempre en la taberna. Y, eso sí, después de atalantado el ganado, no vaya a ser que les pase como a aquel de La Aliseda, que se puso a jugar a las cartas y tanto se embebió en la partida que se olvidó de ir a recoger las vacas y, cuando, avisado por la mujer –nada amorosamente, por cierto-, salió de la taberna, era ya noche cerrada, por lo que los pobres animales no tuvieron más remedio que dormir al raso en pleno enero.
            A Braulio siempre le ha llamado la atención este juego que se plantea como una batalla, tres contra tres o cuatro contra cuatro, en el que la inteligencia, la empatía, la chispa, la prudencia y cierta psicología de bar, además de ligar unas cartas regulares o, al menos, no mucho peores que las de los contrarios, son material suficiente para no arrimarse al mostrador al final del juego. También le gusta por la jerarquía que se establece entre los que integran el equipo: uno lleva la voz cantante y la mayoría obedece. Obedecen incluso los que habitualmente mandan. Será por la cuenta que los tiene. Porque alguien que controle lo que pasa en la mesa, que sea valiente sin pasarse y que se fije en ciertos detalles, además de tener alguna práctica y un elemental grado de sensatez, suele llevar a buen puerto la partida. Eso no quita para que alguno, díscolo por naturaleza, se pase de rosca y meta la pata.
            Todos comparten la bebida: se organiza la partida, se hace el sorteo, alguno arruga el hocico porque le ha tocado alguien de los de arriba, y se pide a Vitoriano que prepare un pienso compuesto, que no es otra cosa que una jarra de cerveza con gaseosa que periódicamente pasa de mano en mano y de boca en boca por riguroso orden de asiento. Otras veces se trata de vino duro y peleón que el tabarnero –nosotros le llamamos así- sube de Jerte o de Tornavacas a lomos del burro en los pellejos de cabra que aquí llaman colambres.
            Braulio, que es algo exquisito, aunque él no lo sepa, no juega con cualquiera. Huye de algunos jugadores como el diablo de la cruz. Porque sabe que cuando empieza a cocer el vino en la barriga, puede pasar cualquier cosa. Por eso procura jugar siempre que puede con gente de confianza, porque está firmemente convencido de que las cartas son para pasar un buen rato, aunque haya que pagar la jarra, no para disgustarse o llegar a algo peor.

A Braulio le llama bastante la atención el uso que los jugadores hacen de este bello don que es la palabra. Cuando no juega, se coloca detrás de la mesa, lo suficientemente cerca como para ver y, sobre todo, para oír. Si la cara es el espejo del alma, las expresiones de los jugadores revelan tan bien su interior, que basta con observarles un rato para saber cómo va el juego y, sobre todo, cómo les afecta cada jugada. Dime cómo hablas y te diré quién eres. Y las palabras reflejan tan bien la personalidad de cada uno, que Braulio, si fuera psicólogo, que no es el caso, podría hacer un retrato de los integrantes de la partida sin equivocarse mucho.  Las pullas, las invectivas, los comentarios irónicos, a veces críticos y escasamente ofensivos y, sobre todo, las respuestas, hacen que el tiempo pase sin que se den cuenta. Sólo en contadas ocasiones, las voces de los más exaltados, obligan a intervenir al tabernero, que suele andar en animada charla con algún otro cliente en el mostrador. A veces, incluso, la batalla se prolonga hasta el día siguiente, como ocurrió la otra mañana, cuando antes de pintar el sol, el Mediero, que iba a por una carga de centeno, se presentó en casa de Burdiel con burro y todo, y sin más  preámbulos golpeó en la puerta y le dijo: “Juan, si metes la puta ganas, me cagüen la leche”.
Sin embargo, entre todos los comentarios, y siempre dentro de la buena armonía que tanto le gusta a Braulio, ninguno como el último, el que resume todos los demás: Vitoriano, mira a ver qué te deben estos y divide entre cuatro, preguntado por uno cualquiera de los que han ganado. Que la otra noche lo hizo Relances, como es tan cachondo, y Juan Rojillo, que no suele venir mucho y que no estaba nada contento porque  la noche no le había ido bien, le dijo que dejara de tocar los huevos, que si no tenía que pagar, por lo menos que no se riera de los demás, que ya sabían bien ellos que tenían que preguntar lo que se debía y que allí, el que más y el que menos sabía dividir y que ya harían ellos el reparto. Y el otro, sin cortarse un pelo, que no te enfades hombre, que es que yo tengo en casa un puchero y que pregunto lo que pagáis porque cuando llego, echo lo que me hubiera tocado apoquinar de haber perdido y por Reyes, le compro a la mujer un collar con lo que ahorro y que ese es el motivo por el que me intereso por lo vuestro. Y el otro no sabía si reírse o soltarle un guantazo porque Relances es viudo desde hace ya algún tiempo.
RHM
Julio 2013.



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