viernes, 12 de julio de 2013

VERANO I



Con la llegada del calorcillo, que en el pueblo nunca es excesivo, las calles, desiertas casi todo el año, comienzan a llenarse de seres  que andan medio en coretes, con los pies apenas cubiertos por un extraño calzado y las cabezas tapadas por gorras extravagantes. Se nota sobre todo por la noche, cuando muchos corrales, oscuros como boca de lobo y silenciosos durante la mayor parte del año, se llenan de luz y de voces. O en los resolanos y las sombras, que se pueblan de gente ociosa cuyo atuendo denuncia que no son de aquí, aunque aquí hayan nacido o aquí tengan sus raíces. Son los veraneantes.

A Braulio le gusta que vengan; le rejuvenecen  las gorrillas claras y los pantalones cortos. ¡Quién le iba a decir que los hombres de ahora, algunos casi tan viejos como él, volverían a llevar calzonas como los niños de antes!  Pero a Braulio le gustan, sobre todo, las conversaciones que se gastan los nuevos. Algunas veces por lo estúpidas que pueden llegar a ser, que si no nos conociéramos todos y supiéramos de dónde viene cada uno, parecería que algunos no se han arrimado a una oveja en su vida ni han raspado una casilla ni han coqueteado con la necesidad o con el hambre. Braulio los reconoce enseguida por la manera de hablar: ya no dicen “vengo d’en ca la abuela” sino de casa de la abuela; recalcan mucho las terminaciones -hemos llegado ayer- y, hace ya muchos años,  algunos las recargaron  tanto, en su afán de mostrarse diferentes, que llegaron  a decir frido o bacalado. Braulio recuerda aún con guasa lo bien que se lo pasaban los lugareños recordando las explicaciones que una veraneanta daba al Sr. Cura sobre los rigores del clima en el pueblo de abajo. En la Aliseda hace más frido por la mareda del rido, dicen que decía, aunque él nunca la oyó, la verdad sea dicha. Y, seguramente, tampoco será cierto.  

Aunque Braulio prefiere a los que hablan con los del pueblo llanamente, como alguien que ha nacido allí y que ha tenido que buscarse la vida en otra parte, tan mala o tan buena como esta, tiene un absoluto respeto por todos, seguro como está de que todos guardan la infancia en la memoria y de que cada calle, cada esquina o cada piedra son viejas sombras del pasado que les hieren o les alegran el alma según las vivencias que tuvieron.


Suelen juntarse unos y otros a la puerta de Juan Currín, esperando que llegue el panadero, aprovechando la sombra de la pared y el asiento corrido de duro cemento algo descascarillado por el hielo. Braulio, que siempre ha sido madrugador, llega despacito, sin llamar la atención, silencioso y humilde y se sitúa en un extremo, bien tapado con el sombrero de paja, la mano apoyada en la garrota y la mirada ausente, como si la cosa no fuera con él. Saluda a quien le saluda e ignora a quien le ignora, que de todo hay en esta viña veraniega que es el pueblo, y mantiene bien abierto el oído, por si entre los que pasan y los que se sientan alguien dice algo interesante.

Braulio, que ya es viejo y ha vivido en muchos sitios, se da cuenta enseguida de que entre los que hablan los hay de distinto jaez: los hay que escuchan y los hay que son escuchados, como si lo que dicen fuera la misma palabra de Dios. Los hay también que son el mismísimo espíritu de la contradicción: todo lo discuten y todo lo critican. A Braulio no le cuesta ningún trabajo reconocer en ellos a padres, abuelos o tíos de las mismas características, como si la genética los hubiera marcado más fuertemente que la vida. Y cuando la conversación gira hacia los trillados caminos de la política o del fútbol, Brulio cierra el oído y tiende la vista hacia los Collados, ahora grises, baldíos y llenos de espinos y calabones, y recorre con  sus ojos cansados el camino Llano  y, de pronto, las tierras se tornan amarillas y rebosan de gente que canta afanosa y el camino se llena de burros cargados de trigo que andan presurosos hacia las eras arreados por los amos, siempre con prisa en este tiempo.


No es que el viejo sea partidario del aforismo que dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero no le importaría nada que aquellos tiempos volvieran. Como a otros de los que en este momento recuerdan sus años mozos.

RHM

Julio2013

No hay comentarios: