
Braulio no
recuerda dónde ocurrieron los hechos porque cuando su abuela comenzaba con lo
del padre y el hijo, el niño que era entonces, los ubicaba en Los Santos y los
acompañaba por el recorrido que hacían por el pueblo.

Un padre y un
hijo que venían de Los Eros, subían por el camino de Los Santos, el hijo
montado en un burrillo y el padre andando detrás. Cuando alcanzaron a las
primeras casas del pueblo, una de las mujeres que hilaban sendos copos de lana al
resolano en Lleralta, viéndolos llegar, dijo a las otras:
—Mirad el
mundo de hoy. El viejo andando y el joven montado. Así son las cosas ahora.
El padre, que
era de oreja fina, oyó a la mujer y, sin contestar, indicó al muchacho que
bajara y sin más, arrimó al burro a un poyo de los que hay en la calle y montó
en el burro. Así enfilaron la Carrera de los Gallos, el padre arriba y el hijo
detrás, agarrado al rabo del animal. Cuando llegaron a la plaza, otra de las
mujeres que cosían al resolano en el corral de Tío Gorito, dijo a las otras:
—Mirad el
mundo de hoy. El hijo andando y el padre montado. No sé cómo no le da vergüenza.
Pero, en fin, así son las cosas ahora.
El padre, que
ya hemos dicho que era de oreja fina, oyó a la mujer y sin contestar ni hacer
ningún comentario se echó abajo del burro, lo tomó del rabero y siguió
caminando. Y así, el padre delante, el burro en medio y el hijo detrás,
llegaron a La Asomadilla, donde un grupillo de hombres levantaba un portillo en
la pared de la era de tío Juan. Uno de ellos, sin cortarse un pelo, dijo a los
otros:
—Mirad que
bobos. Los dos andando y el burro tan campante. Y seguro que esta noche le
llenan el pesebre de heno.
“En la ciudad
y en el pueblo haz lo que debas hacer y olvida de los otros el parecer”.
RHM
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