Al muchacho no le importa oír de nuevo ciertas
actuaciones de juventud del viejo, aunque se las sepa de memoria; y al otro no le importa contarlas otra vez.
Suele bastar con un “tío, entonces es verdad que metíais una gallina por la jornilla de tía Isabel para que cacareara y las otras armaran escándalo y esperabais a que la mujer se
levantara creyendo que era la zorra la que andaba en el gallinero y vosotros…”
Pero esta noche el viejo no está por la labor; hoy es él el que quiere indagar
en ese comportamiento estúpido de algunos jóvenes con eso que llaman redes
sociales. Y quiere que sea el muchacho el que le aclare algunos aspectos que le
tienen bastante perplejo. Porque a Braulio esto de las Redes Sociales le tiene
un poco desconcertado. A él que no conoció más red que la que usaban los
pastores. Y qué bien venían en el pueblo aquellas cuerdas de pita que llamaban biscales, entretejidas con maestría y
atadas a las estacas, para encerrar a las ovejas y que el pastor pudiera dormir
algo. Siempre sobre un suelo duro e inhóspito, debajo de una pobre mampara de
paja de centeno, expuesto al frío y al agua, y con un ojo abierto por si a los
lobos se les ocurría venir a visitarle en la oscuridad de la noche. De las
otras redes, de las que se usan para pescar, Braulio poco sabe, porque es de
interior y no ha visto el mar más que en la televisión. Eso no quita para que
valore mucho a los pescadores, tan esforzados, sufridos y sufridores como los
pastores.
jueves, 28 de marzo de 2019
REDES Y REDILES
viernes, 15 de marzo de 2019
RAZONES...
Braulio está
leyendo El ciego de La Vega, un
cuentecillo de Julio Llamazares, quizá el escritor que más y mejor se ha
ocupado del cambio que se ha producido en el campo a raíz de la emigración
masiva de los años sesenta y de cómo ha afectado a los pueblos la pérdida de
población en los últimos años. Escribe Julio Llamazares en ese cuento, que el
ciego de La Vega en su juventud, cuando se iba de fiesta con los mozos del
pueblo a alguna localidad vecina, a media tarde, por caminos de pastores y de
carros, no tenía más remedio que agarrarse a los mozos que le acompañaban,
porque a él le daba igual que hubiera luz o no. Pero cuando regresaban de
madrugada, si la noche era oscura, eran los mozos los que se agarraban a él. A
Braulio, además de recordarle sus idas y venidas —sobre todo las venidas de
madrugada de las fiestas de La Lastra—, le parece una manera muy clara de
describir la necesidad que tenemos de apoyarnos unos en otros. Especialmente en
estos pueblos que se van quedando sin gente.

Echen
ustedes las cuentas y recuérdenlas cuando vengan a verles esos que vienen a los
pueblos cuando se acercan las elecciones. Y, si vienen, que vendrán, no tengan
ningún recato en preguntarles si conocen estos datos. Y, sobre todo, si tienen
alguna idea para paliarlos. Pregúntenles por el peaje de la AP-6, por ejemplo. Pregúnteles
si algún día veremos molinos en nuestros cerros ahora vacíos o si piensan crear
en la zona algún tipo de explotación que dé trabajo y estabilidad a los
jóvenes. Pregúntenles por los apagones de telefonía y televisión que sufrimos a veces. Y eso que soportamos una antena gigantesca cuyos beneficios económicos y posibles derivaciones desconocemos. Y, si no tienen respuestas o las que les den no les convencen, voten
en consecuencia. Porque, aunque alguien dijera, hace ya mucho tiempo, que en
política lo importante no es tener razón, sino que te la den, hoy sabemos que lo
importante es que haya razones para que alguien nos gobierne. Y, sobre todo,
que nos gobiernen los que tienen razón en lo que dicen. Y que lo cumplan.
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