martes, 27 de mayo de 2014

EL CASILLO



Llevaba ya muchos años oyendo a la madre despotricar de los vecinos, siempre la misma cantinela: que si entraban por la noche en el casillo, que si ordeñaban la cabra, que si cerraban allí las gallinas que estaban malas. Y, de tanto oírla, ella misma llegó a creérselo. No tenía ninguna prueba, pero la misma actitud de los vecinos confirmaba sus sospechas: apenas la hablaban cuando iba a cerrar la cabra por la noche y, cuando se alejaba, cuchicheaban mirándola. Por eso decidió comprar el candado.
            Ya se sabe que en muchos pueblos de Castilla el femenino no indica sólo el género, sino que es también un  aumentativo. En nuestro pueblo, una huerta es más grande que un huerto, un ventano es siempre más pequeño que una ventana y una casilla es mayor que un casillo. Un casillo es un cuchitril, generalmente de una sola planta, donde apenas cabe una cabra, un chivo o un cerdo y un puñado de leña para encender. Eso sí, tiene que estar cerca de casa, porque al guarro hay que cuidarle tres veces al día y ver si come, que luego se tuerce y no engorda y llega a la matanza sin el peso conveniente y ya se sabe lo largo que es el invierno y los torreznos que hay que echar. Además, no es cuestión de tener que ir al otro lado del pueblo para sacar una gota de leche para las sopas o para traer un escobón para encender la lumbre por la mañana.
            Los del Catastro, con esa clarividencia semántica que caracteriza a ciertos Organismos, llaman almacenes a los casillos. Categoría: almacén, escriben pomposamente en los recibos de contribución. Y cuando algún probo funcionario viene al pueblo preguntando de quién es tal almacén, los lugareños se hacen los suecos. Almacén, ¿qué almacén? Casillo, o chivero, o cochiquera, querrá usté decir. Y se giran, desdeñosos, sin contestar a la pregunta, celosos de sus conocimientos, seguros de que alguien que no sabe qué es un casillo, no puede traer nada buen o al pueblo.
            Así que la vecina fue a El Barco y compró un candado enorme y, bien provista de un martillo, clavó en los postes de roble que rodeaban la puerta dos enormes grapas de las que se usan para sujetar el alambre de espino en los cerramientos de los prados y atrancó la puerta y echó el candado. Y, cuando pasó por delante de los vecinos, que estaban como siempre sentados en el poyo de la casa hablando bajito, seguramente de ella, dijo bien alto que esa noche sí que iba a dormir tranquila. Y bien tranquila, repitió. Y se alejó con mucho cogote, contoneándose como un general victorioso, para que los vecinos se enteraran de quién era ella. Que no se parecía en nada a su madre, que llevaba toda la vida quejándose sin hacer nada.
            Y cuando oscureció del todo y la calleja se convirtió en un agujero negro, el vecino, que nunca había entrado en el casillo ni había metido allí su cabra ni sus gallinas, cogió unas tenazas y, sigilosamente, sin hacer ruido, se acercó a la puerta, arrancó los cáncamos, quitó el candado y lo arrojó al tejado.
            Y la vecina durmió tranquila.
RHM

2 comentarios:

Cibicas69 dijo...

Excelente, gracias

Cibicas69 dijo...

Excelente, gracias