sábado, 20 de diciembre de 2014

¿Y SI...?



Subió como un gato y cayó como un fardo. Y allí se quedó, tendido en el suelo, de cualquier manera, medio inconsciente o inconsciente entero, porque la verdad es que ninguno de los muchachos se acercó a comprobarlo. Fue verlo llegar al suelo y huir del huerto como si hubieran visto un fantasma. Sólo él, no sabía muy bien por qué, volvió para esperar lo que tuviera que venir.

Arsenio y los otros forman una pandilla alegre de niños del campo que apenas han salido del pueblo. Muchos ni siquiera han visto el tren, ni el cine y, cuando llega algún coche a la aldea, tardan en acercarse a él por si acaso. Por si acaso en el vehículo vienen los tíos de la sangre o el hombre del sebo o cualquier otro sujeto portador de esos males que tan interiorizados tienen desde siempre, después de muchas veladas al amor de la lumbre.

Ahora, él está allí, al lado del otro, escuchando sus gemidos y esperando a que llegue alguien, suponiendo que los que han huido como ratas habrán avisado ya en el pueblo, que no está lejos. Aunque no tiene sangre ni heridas aparentes, no se atreve a levantarlo, no vaya a empeorar la situación, así que le coge una mano y se sienta lo más cerca que puede mientras su mente va una y otra vez a los hechos con tal obstinación que al mismo niño le sorprende.

El juego del ¿Y si...? tenía ya bastantes años. Se lo había enseñado un maestro que ya no estaba en el pueblo -en aquel pueblo, los maestros duraban poco-  y les había dicho que se trataba de un juego para soñar. Y, para aquellos niños, soñar era muy fácil, y muy necesario. El maestro lo llamó el juego del “Qué pasaría si...”. ¿Qué pasaría si el sol no saliera mañana? ¿Qué pasaría si pudiéramos volar como los pájaros? ¿Qué pasaría si fuéramos inmortales? Los niños respondían a estas iniciativas del maestro mientras estaban con él, pero cuando abandonaban la escuela, sus inquietudes eran otras, más propias de la edad. Y pronto el juego, por ese afán simplificador que tienen los niños, fue, solamente el ¿Y si...?

Muchas veces jugaban al ¿Y si…?,  que siempre empezaba bien, pero que solía terminar mal. Uno cualquiera decía ¿Y si…? y a partir de ahí la imaginación se desbordaba y eran capaces de construir unas historias que, de haber sido escuchadas por alguien con iniciativa literaria, podrían haberse convertido en algo más que en un juego de niños.

            ¿Y si pudieran ver lo que hacían el maestro y la maestra, que paseaban todas las tardes carretera arriba hasta la ermita y luego desaparecían un rato en un currucho de piedras que nunca había estado allí, pero que nadie tiraba?

-¿Y si los pillara El Alcalde metiéndose mano?- decía uno.

-Pues seguro que los echaban, porque los maestros tienen que dar ejemplo.

-Pues no, porque ellos también tienen derecho a hacer lo que hacen los mozos y las mozas en la Rebolla-, rebatía otro.

-Sí, sobre todo lo que hace tu hermana-.

- ¿Y si te doy una hostia?-

Y allí se terminaba el juego.

-¿Y si vamos a la casa del cura y tiramos piedras a la ventana hasta que se levante y así vemos si lleva camisón o duerme en calzoncillos?

-¿Y si nos montamos en el tinao de tio Fulano que ha venido hoy de Extremadura y vemos lo qué hace con la mujer cuando se acuesten?

-No.  Ahí, no, que es mi tío.

Y siempre había algún tío, o primo o vecino o familiar, de manera que casi nunca pasaban de las palabras a los hechos.

            En primavera, cuando los días se alargan y los pájaros anidan en los álamos y los espinos, buscar nidos y robar los huevos es casi una obligación, sobre todo porque la Hermandad de Agricultores los paga a perra chica e, incluso, a perra gorda dependiendo de qué pájaro sean.

-¿Y si vamos a Los Collaos, que hay muchos de chova?

-¿Y si decimos a tu prima que suba y la vemos el culo?

-¿Y si te suelto una hostia?

            Hoy han salido de la escuela como siempre, corriendo como alma que lleva el diablo hacia el roble de Los Malagones que tiene en una rama no muy alta un nido de graja. Y ya se sabe que estas aves son como las gallinas, que si no las quitas el nidal, siguen poniendo como si no pasara nada. Han llegado al árbol y han echado a suertes. Arsenio ha sacado la paja más corta y, sin decir palabra, ha empezado a subir con cierta sonrisa de suficiencia, como si en lugar de perder, hubiera ganado. La verdad es que pocos en el grupo trepan como él. Sube como los monos, -dicen, aunque ellos no han visto subir a ninguno-, balanceándose y cambiándose de rama sin vacilar, como si estuviera en el suelo jugando al avión o sorteando charcos. Pero, cuando ha metido la mano en el nido, no se sabe qué habrá tocado o qué habrá visto, porque ha dado un grito, se ha soltado de las dos manos y ha caído como caen los pájaros cuando los aciertas con el canto en la cabeza.

            Y, de repente, se le ha ocurrido. ¿Y si…? ¿Y si Alejandro se levantara y echara a correr como tantas veces, diciéndole que está bien, que sólo ha querido darles un susto? ¿Y si…? ¿Y si…?

            Y sin pensarlo más, se arrima a la oreja, le coge las dos manos y con toda la fe de la que es capaz recita: “Y si…, y si…”, deseando con todas sus fuerzas, con toda la fe de un niño asustado,  que esta vez el juego no acabe mal.