martes, 18 de junio de 2013

DE PALOS Y TIRANTES



Ha madrugado Braulio algo más de la cuenta esta mañana de septiembre para dejar atendido el ganado antes de irse a Las Cerrás, con el cuñado, a echar un tirante al armeal que está algo torcido y que cualquier día les puede dar un susto. Ahora está almorzando en la cocina unos torreznos recién fritos y una buena cazuela de café con sopas, que Braulio no es de los de las patatas por la mañana. Sentado en una banqueta, al amor de la lumbre que chisporrotea rítmicamente, el hombre mastica despacito el pan moreno sobre el que ha colocado un torrezno que va cortando a trozos con una navaja cabritera tan afilada que igual le podría servir para afeitarse.
Hace ya algún tiempo que Braulio anda con la mosca detrás de la oreja cada vez que ve el armeal del cuñado en La Cerrá. El día que recogieron el heno, a punto ya de poner las bardas, el palo se inclinó un poquillo hacia el poniente, pero la hermana, que estaba arriba, no se dio cuente entonces porque ni crujió ni nada; sólo la inclinación. Y ahora, casi dos meses después, se aprecia a simple vista la caída, que perece la torre esa de Italia que sale en la tele; de Pisa dicen que se llama. Sólo que esta lleva ya un montón de años así y el armeal puede que no llegue al invierno. Cualquier día se acuesta sobre la pared de la armialera y a tomar viento. Entonces se pueden preparar, que muchos no saben lo que es deshacer un armeal que se ha caído: el heno enroscado alrededor del palo, hecho un ovillo y apelmazado entre las piedras de la pared, y los hombres cefrando con las horcas a puro huevo, aflojándolo hasta sacar todo el heno pella a pella. Y luego, vuelta empezar: poner bien el palo, si es que no está roto y otra vez a hacer el armeal, como si fuera  julio.
Por eso Braulio, cada vez que va a El Vallejo, observa al armeal torcido con la misma mirada inquisitiva que emplearía un médico con un paciente, como sopesando cuánto aguantará. Y bien sabe él que la culpa no es del armeal, sino del que puso el palo, que no hizo el agujero lo bastante hondo, ni lo aseguró con piedras ni colocó las llaves como debe hacerse. Y aquí están los dos hombres, Braulio arriba, atando la soga al palo por encima de las bardas y el cuñado abajo, esperando que termine el otro para tensarla, tirar con fuerza en un intento, seguramente vano, de enderezar algo el montón de heno y fijarla a un leño tremendo, resto de algún roble caído muchos años antes, que descansa firmemente apoyado en las enormes piedras que circundan la armialera, como un testigo mudo de las escasas fuerzas del leñador que lo cortó.
Y en estas andan los dos hombres cuando se acerca el cabrero, precedido por el sonido de una radio rectangular forrada de cuero, que cuelga del hombro como si de un segundo morral se tratara. Y es que ahora los pastores andan así: además de la cuerna y la garrota, casi todos llevan colgando un aparato de estos que no callan. Una manera como otra cualquiera de combatir la soledad. El nuevo examina el trabajo de los otros y sin preocuparse de bajar el volumen, dice que bien, que si no se parte la soga, el armeal aguantará, pero que por si acaso, lo mejor será que se lo eche cuanto antes a las vacas, que así por lo menos no tendrá que levantarlo si se cae. Y que él no cree mucho en esos remedios caseros que en qué coños estaba pensado cuando puso el palo, que ni siquiera miró si estaba sano por la parte de abajo.
Y luego, con una sonrisa socarrona que delata sus pensamientos y después de vocear a una cabra que está ya encima de la pared del prado vecino y que se baja inmediatamente,  dice con cierta sorna que han hecho como los políticos, que no hacen más que echar tirantes, ahora con la Ley de Transparencia y con la Comisión encargada de que se cumpla, que tiene huevos. Que dice el locutor que después de haberse encargado de taparse unos a otros mucho más de lo aconsejable, ahora quieren ser transparentes. Y cuidadito con quien no lo sea, que la susodicha Comisión va a ser implacable. Y, ¿quién va a formar y presidir dicha Comisión? Los políticos, naturalmente, según la representación parlamentaria que tengan en el momento de la constitución. Y el cabrero se descojona de la risa, él solito, que si alguien llegara en este momento, pensaría que le ha dado un aire. Lo de la zorra y las gallinas, añade el hombre. Y sube un poquito el volumen de la radio porque el locutor, con ese tonillo que ponen estos profesionales cuando quieren llamar la atención, cuenta que los integrantes del Parlamento Andaluz, han rectificado una decisión que les permitía subirse las dietas, sólo después del escándalo que se ha montado en las redes sociales; que él no sabe lo qué son ni falta que le hace. Y luego añade: “Mira, otro tirante. Está ya el país tan lleno de remiendos que pronto no vamos a diferenciar lo nuevo de lo viejo”.
Y Braulio, que anda liando un cigarro parsimoniosamente, no puede estar más de acuerdo con el pastor. Y es que sabe que, a veces, los tirantes no son suficientes. Porque cuando el palo está torcido lo mejor es cambiarlo.
RHM
Junio 2013