lunes, 12 de mayo de 2014

TWITER



No está hoy Braulio muy contento, que digamos. Anoche llegó el sobrino, un zagal de  veinte años que anda estudiando leyes en Madrid. Un muchacho inquieto que siempre ha sido un cascabel, que se interesaba por todo y que a todo quería llegar. Que lo mismo daba de mamar a los chivos, que llevaba las vacas al prado o se presentaba por la tarde en la dehesa para dormir con el tío. Ni el arado ni la siega ni la trilla ni el molino le eran ajenos. Un muchacho cantarín que no callaba un momento. Que siempre ha vivido el presente, que imaginaba el futuro subido en esos montes, corriendo por esas tierras, apacentando cabras y voceando vacas y que no ha perdido nunca la ocasión de que su tío le recordara el pasado.

Bueno, pues llegó ayer entre dos luces y, cariñoso y educado como es, saludó a Braulio, hizo dos o tres preguntas sobre los animales y se enfrascó en la contemplación de un aparatillo oscuro que sacó del bolsillo y que le tuvo embebido toda la noche como si una soga invisible le hubiera atado de pies y manos al cacharro. De vez en cuando movía los dedos compulsivamente y, a veces, sonreía y golpeaba el suelo con un pie, como si realmente estuviera en presencia de alguien.

Y esta mañana se ha levantado tarde y sigue con la misma cantinela. Sentado a la lumbre, sin hacer ni puñetero caso a las llamas que dibujan formas caprichosas en el humero ni a los palos que chisporrotean y brincan por encima de las morillas. Sin hacer ni caso al tío que, sentado en una banqueta, mira a al fuego y bosteza, sospechando que también hoy será un día perdido: él, pensativo, como si estuviera solo y el mozo, con su juguete, también solo.

En un intento de establecer alguna comunicación, Braulio le pregunta que qué hace mirando embobado el teléfono. Pero no hay respuesta. Los dedos del muchacho vuelan por la pantalla a una velocidad de vértigo, mientras una enorme carcajada a punto de estallar se dibuja en su cara. Braulio no tiene más remedio que repetir la pregunta, consciente de que su sobrino no le ha prestado ni la más mínima atención. Éste levanta la vista de la pantalla y mira extrañado a su tío. Le sorprende encontrarle con esa mirada impaciente, como esperando algo que hubiera pedido ya varias veces. Le sorprende lo cerca que está de la lumbre. De hecho, hasta le sorprende estar sentado en el escaño de la casa del viejo, un potro de tortura que, en cambio, hace las delicias del hombre. “Si volviera a entrar me sentaría un poco más apartado de la lumbre, en una de las sillas de la sala, que, al menos, tienen una almohada”, piensa. “Si volviera a entrar, debería hacerlo con el móvil apagado”.

Harto ya de tantas contemplaciones, su tío levanta enérgicamente la voz y repite la pregunta acompañándola de un improperio y de un rápido movimiento del bastón.


-¿Y qué es eso que te tiene tan ocupado? Que ya anoche no pudimos hablar y hoy vas por el mismo camino, que parece que tuvieras el baile ese que llaman de San Vito.

-Estoy mirando mi Twitter

-¿Tuiqué?

-Twitter

--¿Y qué coño es eso del tuiter? Anda, cuéntamelo. Que tiene que ser algo muy importante para que lleves ahí clavado más de una hora oyendo los campanillos de las vacas sin que te hayas dignado salir a verlas. Que tiene que ser muy importante para que tampoco hayas oído los relinchos de la yegua llamando a la potrilla nueva, que apenas tiene un mes y es lista como un coral.

-Mire tío, esto se llama red social. Es como un gran patio de vecinos, o mejor: la plaza del pueblo cuando viene el Tranca. Somos un montón de gente hablando de muchas cosas a la vez. Opinamos, discutimos, intercambiamos opiniones... En realidad el nombre de Twitter viene del verbo piar en inglés. Somos como una bandada de gurriatos encaramados a un árbol piando todos a la vez. Cada gorrión pía sobre el tema que le parece. Cuando muchos gorriones están piando sobre el mismo asunto, éste se convierte en un “trending topic”, en el tema de moda. Para que usted lo entienda: es una manera de estar comunicados, como hacían ustedes antes, con las cartas.

-Pues anda, que no ha cambiado esto de las cartas desde que andaba en manos de tio Regino. Que iba a por el correo a la Aliseda de buena mañana y no lo traía hasta por la tarde. Claro que, si teníamos prisa, salíamos al encuentro.

-¿Cómo que iban al encuentro? ¿Y quién era el tio Regino ese y qué tenía que ver con el correo?

Por un momento, Braulio ve en el mocete  al niño que fue, al niño que podía preguntar hasta aburrir; al niño que sorbía las historias hasta agotarlas, como los animales agotan el agua de las pilas después de un día de trilla. Sobre todo porque ha soltado el aparatucho, ha cruzado las palmas de las manos debajo de la barbilla, se ha recostado en el escaño y se ha quedado mirando fijamente al hombre, como hacía antes.

 -Tio Regino era de Los Cuartos, pero se había venido a vivir aquí, al pueblo, a esa casa que compró tu tía cerca de la plaza, que allí nació tu abuelo. El hombre era muy mayor y era el cartero que traía las cartas desde La Aliseda; en un burro. El caso es que el hombre, que sólo tenía ese animal y unas cuantas gallinas, arrendó un prado en Los Eros, el prao de tio Tomás, que tu padre sabe bien cuál es, y salía por las mañanas y recogía la valija y se volvía, pero, para que comiera el burro, lo metía en el prado, que le cogía de camino, y allí se estaba hasta por la tarde. Así que si estabas esperando carta o tenías muchas ganas de saber si la tenías, pues llevabas el ganado por allí y te hacías el encontradizo y le preguntabas. “Tio Regino, ¿tengo yo carta?” Y el hombre miraba en la morrala y, si la tenías te la daba y, a lo mejor, te daba también la de alguna hermana si se la pedías. Igualito que ahora, con eso del tuiter, que dices que puedes hablar con uno, aunque esté en La Argentina, que no sé yo si eso podrá ser verdad. Porque yo puedo entender lo del teléfono, que, al fin y al cabo, va por un cable, pero eso de que vaya por el aire, así, sin más, no lo tengo yo tan seguro.

                Y es en ese mismo instante cuando suena un bip, bip en el cacharro que está encima del escaño y se ilumina el cristal como un reclamo y el muchacho se endereza como un muelle, lo coge y lo manipula, lo mira y se vuelve a enfrascar en el aparato como si se hubiera quedado solo.  Braulio se levanta, engancha la garrota y, despacito, sale al mediocasa y, luego a la calle, dejando al sobrino embelesado con el juguete. Sale un poco triste porque Braulio es un firme partidario del progreso, pero, a veces, no acierta a comprender estos inventos que, en lugar de unir, no hacen más que separar. Y, además, porque tiene la sensación de que el que queda dentro moviendo los dedos como un poseso y piando con otros pájaros como él, ha abandonado definitivamente el nido que tantos ratos de felicidad le han proporcionado. A él y al tío.

P.D. Escrito a medias con mi hijo Víctor, que aportó la idea y la parte técnica, además  de su parte literaria.  Gracias.

RHM-VHP

Febrero 2014.




                

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