jueves, 28 de marzo de 2019

REDES Y REDILES


A Braulio le gustan los fines de semana, sobre cuando viene de Madrid un sobrino que tiene una querencia especial por  el pueblo desde que era chico. El mozo, que tuvo la suerte de estudiar cuando no todos lo hacían, se pirra por las historias del viejo, como si quisiera guardar en la memoria esos hechos que no se van a repetir porque la vida ahora va por otros derroteros. A Braulio le gustan las noches de invierno, en la cocina, cuando se quedan solos el sobrino y él, uno a cada lado de la lumbre, escarbando con las tenazas de cuando en cuando el forrasco que va matando el tiempo; echando una firma, como dice el muchacho en un intento por asimilar también ese lenguaje que se acaba. El silencio quedo propicia la conversación pausada; El hombre suele hablar y el muchacho escucha con un silencio vivo, expectante, interrumpiendo lo justo para alguna aclaración, para recabar algún dato que pueda relacionar la historia que cuenta el hombre con la actualidad. A veces, Braulio piensa que es como si el mozo tuviera una grabadora en la cabeza y no quisiera que ningún ruido alterara los recuerdos.

 Al muchacho no le importa oír de nuevo ciertas actuaciones de juventud del viejo, aunque se las sepa de memoria;  y al otro no le importa contarlas otra vez. Suele bastar con un “tío, entonces es verdad que metíais una gallina por la jornilla de tía Isabel para que cacareara y las otras armaran escándalo y esperabais a que la mujer se levantara creyendo que era la zorra la que andaba en el gallinero y vosotros…” Pero esta noche el viejo no está por la labor; hoy es él el que quiere indagar en ese comportamiento estúpido de algunos jóvenes con eso que llaman redes sociales. Y quiere que sea el muchacho el que le aclare algunos aspectos que le tienen bastante perplejo. Porque a Braulio esto de las Redes Sociales le tiene un poco desconcertado. A él que no conoció más red que la que usaban los pastores. Y qué bien venían en el pueblo aquellas cuerdas de pita que llamaban biscales, entretejidas con maestría y atadas a las estacas, para encerrar a las ovejas y que el pastor pudiera dormir algo. Siempre sobre un suelo duro e inhóspito, debajo de una pobre mampara de paja de centeno, expuesto al frío y al agua, y con un ojo abierto por si a los lobos se les ocurría venir a visitarle en la oscuridad de la noche. De las otras redes, de las que se usan para pescar, Braulio poco sabe, porque es de interior y no ha visto el mar más que en la televisión. Eso no quita para que valore mucho a los pescadores, tan esforzados, sufridos y sufridores como los pastores.

Esto de la Redes Sociales, las de ahora, no tiene nada que ver con aquellas; es otra cosa; una cosa que al viejo, que lee cualquier papel, le tiene bastante confuso. Braulio tiene la sensación de que hoy lo importante no es hacer, sino contar, decir lo que has hecho. Y que los demás se enteren. Sólo así entiende le viejo ciertas gilipolleces que salen en los periódicos o en el parte del mediodía. Esos jóvenes que van a toda velocidad con el coche y se graban y lo publican; otros que cometen cualquier fechoría —robo, asalto, agresión— y lo difunden por eso que llaman Red, como si transgredir el orden no tuviera ninguna importancia.  Como si cualquier cosa que no transcienda, no hubiera ocurrido. Y el viejo barrunta que esto es una manera de ganar prestigio entre la juventud de ahora. Y lo que es aún peor, el viejo sospecha que estos jóvenes no tienen ni la más ligera idea de que están cometiendo un delito; y, si la tienen, no tienen ningún miedo a las consecuencias.

viernes, 15 de marzo de 2019

RAZONES...




Braulio está leyendo El ciego de La Vega, un cuentecillo de Julio Llamazares, quizá el escritor que más y mejor se ha ocupado del cambio que se ha producido en el campo a raíz de la emigración masiva de los años sesenta y de cómo ha afectado a los pueblos la pérdida de población en los últimos años. Escribe Julio Llamazares en ese cuento, que el ciego de La Vega en su juventud, cuando se iba de fiesta con los mozos del pueblo a alguna localidad vecina, a media tarde, por caminos de pastores y de carros, no tenía más remedio que agarrarse a los mozos que le acompañaban, porque a él le daba igual que hubiera luz o no. Pero cuando regresaban de madrugada, si la noche era oscura, eran los mozos los que se agarraban a él. A Braulio, además de recordarle sus idas y venidas —sobre todo las venidas de madrugada de las fiestas de La Lastra—, le parece una manera muy clara de describir la necesidad que tenemos de apoyarnos unos en otros. Especialmente en estos pueblos que se van quedando sin gente.
Braulio cierra el libro y se recuesta sobre el tronco del roble que le da sombra. Pronto no quedará nadie a quien agarrarse cuando tengamos necesidad. Nos fuimos yendo en busca del progreso y no nos dimos cuenta de que el progreso “calienta el estómago, pero enfría el corazón”, en frase de otro de los más ilustres escritores de nuestra Castilla vacía. Y a Braulio, que no es hombre de letras, pero que ha ido a muchas ferias, le vienen a la memoria unos números que leyó no hace mucho tiempo en uno de esos periódicos que quedan olvidados en ciertos establecimientos.  Ya hay más de 600 municipios en Castilla y León con menos de cien habitantes y ya somos más de 40.000 las personas que pasamos de los 75 años. Además, Braulio lo recuerda como si fueran los números de la venta de un becerro, en el papel se decía también que en los próximos 15 años, Castilla perderá aún más del 10% de sus habitantes. Echen ustedes las cuentas.

            Echen ustedes las cuentas y recuérdenlas cuando vengan a verles esos que vienen a los pueblos cuando se acercan las elecciones. Y, si vienen, que vendrán, no tengan ningún recato en preguntarles si conocen estos datos. Y, sobre todo, si tienen alguna idea para paliarlos. Pregúntenles por el peaje de la AP-6, por ejemplo. Pregúnteles si algún día veremos molinos en nuestros cerros ahora vacíos o si piensan crear en la zona algún tipo de explotación que dé trabajo y estabilidad a los jóvenes. Pregúntenles por los apagones de telefonía y televisión que sufrimos a veces. Y eso que soportamos una antena gigantesca cuyos beneficios económicos y posibles derivaciones desconocemos. Y, si no tienen respuestas o las que les den no les convencen, voten en consecuencia. Porque, aunque alguien dijera, hace ya mucho tiempo, que en política lo importante no es tener razón, sino que te  la den, hoy sabemos que lo importante es que haya razones para que alguien nos gobierne. Y, sobre todo, que nos gobiernen los que tienen razón en lo que dicen. Y que lo cumplan.