sábado, 11 de junio de 2016

LAS HAZAS Y LAS JAZAS




 Según el diccionario de La Real Academia Española, la palabra haza, que proviene del latín fascia con el significado de faja, es una porción de tierra labrantía o de sembradura. Así pues, el topónimo Hazas, designaría una porción de tierra, más larga que ancha, dedicada al cultivo. En el pueblo tenemos dos lugares que responden a ese nombre: uno discurre entre el camino Llano y la carretera. Comienza en la garganta y llega hasta las Cerraíllas. En el pueblo siempre han denominado a estas tierras Las Jazas, porque, como es sabido, en el habla del lugar, la H, que antes había sido F,  se transformó en J. Numerosos ejemplos avalan esta teoría en la toponimia del pueblo: las Jontanas (de Hontanar, lugar donde nacen muchos manantiales), el Jerechal (Helechar), la Jerrera (Herrera) o La Joyuela (Hoyuela). El otro engloba las tierras que descansan sobre la regadera de la presa en el tramo que va desde el depósito del agua hasta la carretera. Para este último, sin embargo, el pueblo siempre ha utilizado el topónimo Las Hazas.

            Los dos terrenos han correspondido siempre a particulares, aunque el primero de ellos fue un todo hasta no hace mucho tiempo. Perteneció a un cura apellidado Bastida, dueño también de los prados de El Cura, que lo vendió al tio Parranca. Este, a su muerte, lo repartió entre sus herederos. Hoy está dividido en varias suertes cuyos propietarios están relacionados por un vínculo de parentesco. El segundo también pudo pertenecer a un solo dueño, si bien resulta más difícil establecer ese vínculo de parentesco entre sus actuales amos debido a que  algunos vendieron su parte.

            No hace mucho tiempo, viajando por tierras del sur, me encontré por casualidad con este topónimo en la localidad de Vejer, en la provincia de Cádiz. De pronto la guía dijo que estábamos pasando por un terreno denominado Las Hazas, cuya historia era bastante peculiar y que se daba también en la localidad de Barbate y sólo en los dos pueblos. Investigando un poquito —no fue necesario mucho, porque Internet responde a cualquier información— me enteré de que en realidad se llaman las Hazas de la suerte. Y quizá no sea casualidad que en nuestro pueblo llamemos suerte a la porción de tierra que recibimos cuando la poca superficie obliga a partir alguna tierra en el momento de heredar. A mí me ha tocado la suerte de la derecha, dicen los viejos.


La historia de Las Hazas de la suerte en esos dos pueblos del sur, comenzó en el siglo XIII cuando Sancho IV, rey de Castilla entre los años 1284 y 1295, ocupó la villa de Vejer y pensó con buen criterio que no sería fácil que la gente se decidiera a poblar aquel territorio fronterizo debido a sus peligros, por lo que decidió poner en práctica algún incentivo. Así pues determinó regalar al municipio una superficie de casi tres mil quinientas hectáreas, algo así como siete dehesas de Horcajo, para que fueran cultivadas por gente asentada en el pueblo. El terreno sería sorteado entre los vecinos de la localidad con el único requisito de pertenecer a su población de derecho. Hoy, Las Hazas están divididas en 232 partes, lo que da una media de 12,5 hectáreas para cada una de las suertes. Comenzó así una tradición que ha llegado al siglo XXI después de sortear diversas amenazas e incluso un largo litigio con el ducado de Medina Sidonia que intentó gestionar los terrenos como si fueran suyos. Nada nuevo.

Actualmente Las Hazas de la suerte se siguen sorteando entre los vecinos del pueblo por periodos de cuatro años coincidiendo con los bisiestos. Aquellos vecinos que hayan resultado agraciados en un sorteo quedan excluidos de los siguientes. También se permite el subarriendo, por lo que muchos vecinos optan porque sean otros quienes cultiven la tierra, percibiendo a cambio una cantidad que ronda los cuatro mil euros. El mismo derecho tienen también los vecinos de Barbate con tierras de esta localidad, si bien con un número menor de parcelas: ciento veinticuatro.

            Estas tierras figuran hoy incluidas en el Inventario de Bienes de la Corporación como comunales; es decir, bienes de dominio público cuyo aprovechamiento corresponde al común de los vecinos y son inalienables, inembargables e imprescriptibles por lo cual no se pueden arrendar más que a las personas que figuren en el padrón de vecinos.

Aunque nuestra zona se repobló posteriormente, no es difícil imaginar cómo pudo ser la repoblación, no sólo de nuestro valle del Tormes, sino de la zona, en general. Sabemos que esta tierra fue repoblada por foramontanos, de fuera de los montes, como atestiguan numerosos restos dejados en la toponimia y en el léxico. Sabemos que muchos de los repobladores eran cántabros y astures que no serían muy ricos allá en su tierra, que, además, debería de estar superpoblada al ser el único territorio libre de invasores en aquellos tiempos.  No es extraño, pues,  que muchos hombres se arriesgaran a empezar una nueva vida en un territorio fronterizo sujeto a los avatares de la guerra, con el fin de tener tierras sobre las que no podrían acreditar la propiedad, pero sí la posesión, sobre todo si las cultivaban. Unas tierras que estarían en barbecho porque el clima no favorecería que los invasores los cultivaran teniendo otras más fértiles al sur del Sistema Central. Así surgen las primeras posesiones basadas en el en el derecho de presura, que no sería otra cosa que apropiarse del terreno conquistado.

No sabemos si Almanzor (939 – 1002) se paseó a caballo por nuestros caminos, ni siquiera podemos afirmar que esa leyenda, que lo sitúa descansando en el pico que lleva su nombre después de guerrear contra los cristianos en Béjar, sea cierta. Por eso no podemos aseverar que algún rey repartiera Las Hazas como premio a los valientes que se arriesgaron a vivir aquí. Pero hubiera sido bonito que el topónimo respondiera a una historia parecida.
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