viernes, 1 de enero de 2016

EN MI PUEBLO



En mi pueblo, por estas fechas, las tareas menguan mucho porque los días se acortan. Se madruga menos y en la sonochada algunas mujeres se van de hilandero a las casas de los vecinos para hilar un copo y compartir la lumbre mientras hablan y hablan. Los hombres suelen dedicarse a quehaceres que no requieren gran esfuerzo. Con alimentar al ganado, hacer alguna regadera y cortar los zauces de los bardos, está todo hecho.  Oficios de poca monta para hombres tan vigorosos como los de mi pueblo, que pueden estar segando a la guadaña una semana entera sin decir esta boca es mía. La única tarea que requiere algo más de energía, si el tiempo se encabrona y le da por nevar, es la de abrir la carretera. Y hay días que la abren por la mañana y por la tarde está lo mismo: otra vez imposible; y es que el clima, como dicen ellos, no es muy solidario con los hombres de mi pueblo. Por eso en estas fechas, es muy recomendable poner a recado la pala y las botas de agua. Y mejor dentro de casa que fuera. Por lo que pueda pasar.

     En mi pueblo, la mayoría de los cumpleaños caen en otoño o a finales del verano, quizá porque cuando el dios Eolo se cabrea, se va la luz y nos quedamos sin teléfono y sin tele. Y sólo protestamos los más viejos y los niños, porque los más jóvenes, no sabemos por qué, se alegran con esta contingencia.

     En mi pueblo, por estas fechas, los que se fueron a Madrid a trabajar de tenderos, que fueron muchos, suelen mandar un paquete a la casa de los padres con cosas de Navidad. Los niños esperamos con ansiedad el envío, que, si no llega a nuestra casa, llegará a la de alguna tía y en cuanto que oímos cantar la lotería en la radio de tía Irene, nos llegamos a la casa del familiar a ofrecernos para cualquier cosa.

-Tía, ¿quiere usté que vaya a por las vacas al prao Llera?

-No, hijo, ya ha ido el tío Vicente.
            Y si el tío Vicente se hubiera retrasado un poco, a lo mejor, en lugar de una peladilla hubiera caído algún mazapán o cualquier otra golosina de las que abundan en el paquete y que tan ricas nos saben.
            En mi pueblo, en Nochebuena, las familias cenan en casa, siempre añorando a alguien, y luego suelen juntarse todos en la vivienda de alguno de los hermanos para tomar café y dar buena cuenta del paquete que ha llegado de Madrid. Se come turrón y mazapán y se bebe con mesura, en una copa que va pasando de unos a otros. No se selecciona la bebida porque en mi pueblo, donde el único licor que se toma es el recio aguardiente que se compra para la matanza, cualquier cosa nos viene bien. Los niños tomamos sopa en vino y no bebemos de esas botellas de formas raras y nombres exóticos como “Cualquiercosa” o “Loquesea”, que dicen las madres que eso no es para niños, que escarba en el pecho como si te pincharas con un espino.
            En mi pueblo, en Nochevieja, la gente no suele hacer nada especial, porque, al fin y al cabo, qué importancia tiene cambiar de año si vamos a seguir haciendo lo mismo. Lo único diferente es que el día de Año Nuevo se celebra el Cabildo en el Ayuntamiento y se echan los cargos para todo el año y habrá que estar atentos por si nos toca llevar la cruz o nos interesa quedarnos con el macho o ser comisionados de la dehesa o de El Castrejón y, si no hay más remedio, a ver quién es el compañero. Y hay que repasar las cuentas de los salientes y ver que cuadra todo, las vacas del pueblo y las forasteras y que no se han dejado ninguna sin cobrar ni han pagado a nadie de más. Y no es que en mi pueblo no nos fiemos de los cargos, que no es eso, que todos son gente honrada, además de que poco se puede llevar alguien de donde poco hay.
            En mi pueblo, en estas fechas, hace un frío que pela y algunos caminos se llenan de hielo de parte a parte y los niños tenemos que echar estiércol para que las vacas puedan pasar por El Trampal sin resbalarse, no vaya a ser que alguna se encoje o se desgracie para siempre. Y hombres tan curtidos como los de mi pueblo, tiritan en la iglesia y por eso no van a la misa del Gallo y algunos, cuando salen al pórtico de la iglesia el día de Navidad y se ve caer el hielo al trasluz del sol bajo un cielo claro y de un azul intenso, dicen que preferirían estar con las vacas en Los Eros. Y seguramente es cierto.
            En mi pueblo, antes salía humo de todas las chimeneas y pasaban todas estas cosas porque había mucha gente.
RHM. Enero 2016.
NOTA: Sirva este pequeño relato de homenaje a todas las personas que, por desgracia, tuvieron que abandonar el pueblo donde nacieron y sirva, especialmente, de reconocimiento a los que se quedaron. Feliz año a todos

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