Braulio está
leyendo El ciego de La Vega, un
cuentecillo de Julio Llamazares, quizá el escritor que más y mejor se ha
ocupado del cambio que se ha producido en el campo a raíz de la emigración
masiva de los años sesenta y de cómo ha afectado a los pueblos la pérdida de
población en los últimos años. Escribe Julio Llamazares en ese cuento, que el
ciego de La Vega en su juventud, cuando se iba de fiesta con los mozos del
pueblo a alguna localidad vecina, a media tarde, por caminos de pastores y de
carros, no tenía más remedio que agarrarse a los mozos que le acompañaban,
porque a él le daba igual que hubiera luz o no. Pero cuando regresaban de
madrugada, si la noche era oscura, eran los mozos los que se agarraban a él. A
Braulio, además de recordarle sus idas y venidas —sobre todo las venidas de
madrugada de las fiestas de La Lastra—, le parece una manera muy clara de
describir la necesidad que tenemos de apoyarnos unos en otros. Especialmente en
estos pueblos que se van quedando sin gente.
Braulio cierra
el libro y se recuesta sobre el tronco del roble que le da sombra. Pronto no
quedará nadie a quien agarrarse cuando tengamos necesidad. Nos fuimos yendo en
busca del progreso y no nos dimos cuenta de que el progreso “calienta el
estómago, pero enfría el corazón”, en frase de otro de los más ilustres
escritores de nuestra Castilla vacía. Y a Braulio, que no es hombre de letras,
pero que ha ido a muchas ferias, le vienen a la memoria unos números que leyó
no hace mucho tiempo en uno de esos periódicos que quedan olvidados en ciertos
establecimientos. Ya hay más de 600
municipios en Castilla y León con menos de cien habitantes y ya somos más de
40.000 las personas que pasamos de los 75 años. Además, Braulio lo recuerda
como si fueran los números de la venta de un becerro, en el papel se decía también
que en los próximos 15 años, Castilla perderá aún más del 10% de sus
habitantes. Echen ustedes las cuentas.
Echen
ustedes las cuentas y recuérdenlas cuando vengan a verles esos que vienen a los
pueblos cuando se acercan las elecciones. Y, si vienen, que vendrán, no tengan
ningún recato en preguntarles si conocen estos datos. Y, sobre todo, si tienen
alguna idea para paliarlos. Pregúntenles por el peaje de la AP-6, por ejemplo. Pregúnteles
si algún día veremos molinos en nuestros cerros ahora vacíos o si piensan crear
en la zona algún tipo de explotación que dé trabajo y estabilidad a los
jóvenes. Pregúntenles por los apagones de telefonía y televisión que sufrimos a veces. Y eso que soportamos una antena gigantesca cuyos beneficios económicos y posibles derivaciones desconocemos. Y, si no tienen respuestas o las que les den no les convencen, voten
en consecuencia. Porque, aunque alguien dijera, hace ya mucho tiempo, que en
política lo importante no es tener razón, sino que te la den, hoy sabemos que lo
importante es que haya razones para que alguien nos gobierne. Y, sobre todo,
que nos gobiernen los que tienen razón en lo que dicen. Y que lo cumplan.
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