En el pueblo, en cuanto empieza a correr
el mes de mayo, se abren algunas de las casas que han estado cerradas durante
el invierno; o que sólo se han abierto algunos sábados y domingos. Poco a poco; como esa lluvia fina que llaman cala bobos, por algo será, van llegando los
madrileños jubilados, un día, uno y otro, dos. Vienen y, como si llegaran
tarde, se afanan en el arreglo de pequeños huertos que aran y asurcan
primorosamente como si fueran de juguete.
A Braulio,
la llegada de los forasteros, como los llaman algunos, aunque no lo sean, le
produce un sentimiento agradable, como de reencuentro, sobre todo porque traen
otras ideas, otras novedades y otras manera de decir. Hoy mismo, Braulio está
sentado a la sombra de un roble, en los huertos de La Torre, charlando
animadamente con uno de los nuevos que luce un sombrerillo que parece de paja;
un joven que ya no cumple los sesenta, aunque, comparado con Braulio, bien
joven es.
Braulio lo conoce desde siempre;
desde que era un muchachuelo que andaba detrás de las cabras, siempre con un
papel en la mano, como ahora mismo, empeñado en mostrarle al viejo una noticia
que habla de la despoblación del campo. El más joven fija la vista en la hoja a
la vez que habla, porque, dice, el despoblamiento rural es un drama de tal
magnitud que ya los políticos se han dado cuenta —ya era hora, piensa Braulio—
sobre todo a raíz de la publicación de un libro que se llama “La España vacía”, de Sergio del Molino.
Y dice que no sólo los políticos se han dado cuenta, sino los periodistas y que
por eso quiere enseñarle el artículo. Enseñármelo, no, me lo tendrás que leer
si quieres que me entere de algo, porque yo sin gafas no soy nadie y hoy, como
siempre que salgo al campo, las he dejado en la mesa de la cocina, porque de
lejos no distingo y para respirar este aire y oír a los pájaros no las
necesito.
El madrileño se acerca un poco y lee:
“La despoblación exige un pacto de estado que hay que impulsar desde la
propia Administración. Hay que implantar una fiscalidad especial, extender la
banda ancha y reactivar la Ley de Desarrollo Sostenible de 2007, lo que
acarrearía inversiones finalistas para las comarcas vacías. Además, hay que
elevar el ámbito de inversiones financieramente sostenibles y crear oficinas de
información y acción sobre la despoblación.”
A Braulio esto de reactivar leyes de
hace más de diez años no lo gusta mucho, porque eso quiere decir que cuando
entraron en vigor, no se cumplieron y que nadie se ocupó de que se cumplieran.
Y, si no se ocuparon entonces, ¿por qué iban a hacerlo ahora? Lo de impulsar un
pacto de estado y la fiscalidad especial, sencillamente no lo entiende y así se
lo manifiesta al del sombrerillo. En cuanto a lo de crear oficinas de
información, no sabe por qué, pero le da en la nariz que no se van a ubicar en
los pueblos más deshabitados, sino en las capitales o centros comarcales. Por
eso Braulio no manifiesta ningún entusiasmo ante la lectura del otro. Y es que
al viejo le gustan más las preguntas
concretas que exigen respuestas sencillas:
¿Se dice algo ahí de mantener
abiertas las escuelas y los consultorios médicos? ¿Se dice algo sobre potenciar
el transporte público de manera que se facilite el acceso a la universidad de
la capital a los jóvenes que vivan en los pueblos? ¿Se dice algo de crear residencias
con plazas suficientes y un precio razonable para que los viejos podamos
quedarnos aquí? ¿Arreglarán de una vez lo que tengan que arreglar para que no
nos quedemos sin teléfono y sin televisión cada vez que nieva, hace aire o se
desata una tormenta?
El más joven
ya no lee; ha doblado el periódico y escucha al viejo en silencio,
interiorizando cada una de sus preguntas. Y alguna otra que se le ocurre a él,
como la necesidad urgente de desarrollar la banda ancha, de manera que quien lo
desee pueda trabajar desde casa; o el establecimiento de programas culturales que ayuden a conservar y mantener el patrimonio…Tampoco se dice nada de nuestro campo, de hacer algo con esas tierras, ahora baldías y comidas de zarzales, que no hace mucho tiempo eran huertos
feraces llenos de judías, patatas y, en el valle, manzanos repletos de fruta. O
de nuestros cerros, silenciosos, yermos y desiertos, por cuyo cielo cruza de
tarde en tarde —muy de tarde en tarde— algún parapentista. Unos cerros con un
viento casi permanente, óptimo para producir energía eólica, que ha de ser la
energía del siglo XXI. Tampoco se dice nada de subvencionar a las empresas y empresarios que creen puestos de trabajo, sobre todo para los jóvenes. Y en cuanto a las residencias de ancianos, seguro que el
viejo no está enterado de la discriminación que supone que en ciertas comunidades
se acceda a una plaza por un porcentaje de la pensión y en otras te comas en
unos meses los pobres ahorros de toda una vida.
En definitiva, se trataría sólo de transformar tanta retórica en recursos y medidas concretas. Y, si no se hace algo pronto, los pueblos ya no servirán ni siquiera para ser el descanso del guerrero que abandona la ciudad los fines de semana. Pronto se quedarán definitivamente vacíos.
En definitiva, se trataría sólo de transformar tanta retórica en recursos y medidas concretas. Y, si no se hace algo pronto, los pueblos ya no servirán ni siquiera para ser el descanso del guerrero que abandona la ciudad los fines de semana. Pronto se quedarán definitivamente vacíos.
Muy interesante su blog
ResponderEliminarAmigo Rufino, Sergio del Molino en "La España Vacía" También creo recordar hace alguna referencia a la incomunicación que se produce en el lenguaje entre el mundo rural y el urbano, estimo que en tus escritos allanas esos baches. Enhorabuena por el blog y con tu permiso comparto en Facebok.
ResponderEliminarMuchas gracias, Vicente. Sois todos vosotros, con vuestra mirada, los que hacéis que este blog tenga vida.
ResponderEliminarGracias por compartirlo.
Rufino.
Feliz año Rufino, muy interesante,como siempre, un abrazo!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias. Lo mismo para ti.
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