Según el diccionario
de La Real Academia Española, la palabra haza,
que proviene del latín fascia con el
significado de faja, es una porción de
tierra labrantía o de sembradura. Así pues, el topónimo Hazas, designaría
una porción de tierra, más larga que ancha, dedicada al cultivo. En el pueblo
tenemos dos lugares que responden a ese nombre: uno discurre entre el camino
Llano y la carretera. Comienza en la garganta y llega hasta las Cerraíllas. En
el pueblo siempre han denominado a estas tierras Las Jazas, porque, como es sabido, en el habla del lugar, la H, que antes había sido F,
se transformó en J. Numerosos ejemplos avalan esta teoría
en la toponimia del pueblo: las Jontanas (de Hontanar, lugar donde nacen muchos
manantiales), el Jerechal (Helechar), la Jerrera (Herrera) o La Joyuela
(Hoyuela). El otro engloba las tierras que descansan sobre la regadera de la
presa en el tramo que va desde el depósito del agua hasta la carretera. Para este
último, sin embargo, el pueblo siempre ha utilizado el topónimo Las Hazas.
Los dos terrenos han correspondido
siempre a particulares, aunque el primero de ellos fue un todo hasta no hace
mucho tiempo. Perteneció a un cura apellidado Bastida, dueño también de los
prados de El Cura, que lo vendió al tio
Parranca. Este, a su muerte, lo repartió entre sus herederos. Hoy está dividido
en varias suertes cuyos propietarios están relacionados por un vínculo de
parentesco. El segundo también pudo pertenecer a un solo dueño, si bien resulta
más difícil establecer ese vínculo de parentesco entre sus actuales amos debido
a que algunos vendieron su parte.
No hace mucho tiempo, viajando por
tierras del sur, me encontré por casualidad con este topónimo en la localidad
de Vejer, en la provincia de Cádiz. De pronto la guía dijo que estábamos
pasando por un terreno denominado Las Hazas, cuya historia era bastante
peculiar y que se daba también en la localidad de Barbate y sólo en los dos
pueblos. Investigando un poquito —no fue necesario mucho, porque Internet
responde a cualquier información— me enteré de que en realidad se llaman las
Hazas de la suerte. Y quizá no sea casualidad que en nuestro pueblo llamemos
suerte a la porción de tierra que recibimos cuando la poca superficie obliga a
partir alguna tierra en el momento de heredar. A mí me ha tocado la suerte de
la derecha, dicen los viejos.
La historia
de Las Hazas de la suerte en esos dos pueblos del sur, comenzó en el siglo XIII
cuando Sancho IV, rey de Castilla entre los años 1284 y 1295, ocupó la villa de
Vejer y pensó con buen criterio que no sería fácil que la gente se decidiera a
poblar aquel territorio fronterizo debido a sus peligros, por lo que decidió
poner en práctica algún incentivo. Así pues determinó regalar al municipio una
superficie de casi tres mil quinientas hectáreas, algo así como siete dehesas
de Horcajo, para que fueran cultivadas por gente asentada en el pueblo. El
terreno sería sorteado entre los vecinos de la localidad con el único requisito
de pertenecer a su población de derecho. Hoy, Las Hazas están divididas en 232
partes, lo que da una media de 12,5 hectáreas para cada una de las suertes. Comenzó
así una tradición que ha llegado al siglo XXI después de sortear diversas
amenazas e incluso un largo litigio con el ducado de Medina Sidonia que intentó
gestionar los terrenos como si fueran suyos. Nada nuevo.
Actualmente Las
Hazas de la suerte se siguen sorteando entre los vecinos del pueblo por
periodos de cuatro años coincidiendo con los bisiestos. Aquellos vecinos que
hayan resultado agraciados en un sorteo quedan excluidos de los siguientes. También
se permite el subarriendo, por lo que muchos vecinos optan porque sean otros
quienes cultiven la tierra, percibiendo a cambio una cantidad que ronda los
cuatro mil euros. El mismo derecho tienen también los vecinos de Barbate con
tierras de esta localidad, si bien con un número menor de parcelas: ciento
veinticuatro.
Estas tierras figuran hoy incluidas
en el Inventario de Bienes de la Corporación
como comunales; es decir, bienes de dominio público cuyo
aprovechamiento corresponde al común de los vecinos y son inalienables, inembargables e
imprescriptibles por lo cual no se pueden arrendar más que a
las personas que figuren en el padrón de vecinos.
Aunque nuestra
zona se repobló posteriormente, no es difícil imaginar cómo pudo ser la
repoblación, no sólo de nuestro valle del Tormes, sino de la zona, en general.
Sabemos que esta tierra fue repoblada por foramontanos,
de fuera de los montes, como atestiguan numerosos restos dejados en la
toponimia y en el léxico. Sabemos que muchos de los repobladores eran cántabros
y astures que no serían muy ricos allá en su tierra, que, además, debería de
estar superpoblada al ser el único territorio libre de invasores en aquellos
tiempos. No es extraño, pues, que muchos hombres se arriesgaran a empezar una
nueva vida en un territorio fronterizo sujeto a los avatares de la guerra, con
el fin de tener tierras sobre las que no podrían acreditar la propiedad, pero
sí la posesión, sobre todo si las cultivaban. Unas tierras que estarían en
barbecho porque el clima no favorecería que los invasores los cultivaran teniendo
otras más fértiles al sur del Sistema Central. Así surgen las primeras
posesiones basadas en el en el derecho de presura, que no sería otra cosa que
apropiarse del terreno conquistado.
No sabemos
si Almanzor (939 – 1002) se paseó a caballo por nuestros caminos, ni siquiera
podemos afirmar que esa leyenda, que lo sitúa descansando en el pico que lleva
su nombre después de guerrear contra los cristianos en Béjar, sea cierta. Por
eso no podemos aseverar que algún rey repartiera Las Hazas como premio a los
valientes que se arriesgaron a vivir aquí. Pero hubiera sido bonito que el
topónimo respondiera a una historia parecida.
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