A Braulio le llama bastante la atención la manera que tienen
los políticos de dirigirse a los ciudadanos. No sé si se habrán fijado en su
forma de hablar. No sé si se habrán fijado en la solemnidad con la que adornan
las simplezas más simples, las obviedades más obvias. El viejo piensa algunas
veces que nuestros administradores deben de seguir un protocolo diseñado por
algún asesor que piensa que los ciudadanos de a pie somos gente límite cercana
a la idiotez a la que hay que hablar muy despacio, alargando las pausas,
marcando las sílabas e intercalando silencios para que el mensaje vaya calando
poco a poco. Además de mirar fijamente a la cámara para que creamos que lo que
miran son nuestros ojos, deben engolar la voz, de manera que parezca que lo que
están diciendo tiene una trascendencia vital para nosotros, aunque sea una patochada
más grande que la catedral de Burgos; que muchas veces lo es. Porque, deben de pensar, ellos y sus
asesores, que si nos hablaran como el tendero de la esquina o el policía del
barrio o el profesor de nuestra escuela, no nos enteraríamos de nada. Y no
digamos si nos hablaran como los locutores de la radio o de la tele.
Braulio se
imagina muchas veces a cualquiera de ellos, a ese para el que todas las
palabras son esdrújulas o a ese otro que se recrea en el vocablo como un torero
en la plaza o a esos que se han ido, pero que están volviendo siempre… Braulio se
imagina a cualquiera de estos en la plaza del pueblo, delante de un micrófono
anunciando solemnemente: “Señores: como no puede ser de otra manera, la cabrada
acaba de abandonar la plaza para iniciar su careo diario.” Y se descojona de la
risa, que menos mal que está solo, que si no, alguno pensaría que la vejez se le
nota ya también en la cabeza, pero por dentro.
Y no es que
Braulio se queje de lo que dicen ni de que tengan siempre soluciones para
nuestros problemas antes de llegar al cargo o después de haberlo dejado. Es
cómo lo dicen. Y Braulio saca la petaca como si fuera a liar un cigarro y
extrae un papelillo cuidadosamente doblado, que despliega y alisa con la mano,
en el que ha recogido con letra torpe y deslavazada algunas frases gloriosas de
lo más granado de nuestra clase política. De antes y de ahora, que no es nueva
la manera que tienen nuestros políticos de referirse a cuestiones ordinarias.
El hombre fija sus ojillos en el
papel y, aunque no entiende lo que lee, imagina qué pasaría en el pueblo si los comisionados de la dehesa no
pagaran a los socios porque han decidido realizar una
congelación temporal de los dividendos del agro. O si, con el objetivo de
que los vejetes como él redujeran sus visitas a la médica, propusieran un tique moderador sanitario. O si a los
casos de divorcio, que ya los hay en el pueblo, se los denominara cese temporal de la convivencia. Y qué
decir de los pastores que trashuman todos los otoños y primaveras de León o de La Meseta a Extremadura. ¿Ustedes se imaginan al mayoral del tío Regino comunicando al amo que "como es habitual en estas fechas, estamos prestos para realizar nuestra campaña de movilidad
temporal? ¿Se imaginan la cara que pondría? Y eso que la movilidad bien temporal era, que se
tiraban más tiempo fuera de casa que dentro.
Y cómo sentaría que alguien llamara indemnización
en diferido a la cueza que cobra
Carolo por convertir en harina el excelente grano que tanto cuesta cosechar,
que esa sí que es una indemnización innegociable, que el molinero mete el
cacharro en el costal y saca lo que le parece.
O si el Ayuntamiento colocara a dedo a unos cuantos lugareños y nos dijera
que lo que ha hecho es una
reestructuración del sector público. O si después del sopapo de la
contribución, nos explicaran que se trata de un recargo temporal de solidaridad. Y qué pasaría si el guarda
bajara el jornal de los pinos y nos comentara que no se trata de que cobren
menos, sino de una desaceleración
transitoria que origina un crecimiento
negativo, que debe ser algo así como si los robles, en lugar de crecer
hacia el cielo, lo hicieran hacia el interior de la tierra, aunque el de El
Venero no cumpla este precepto, que cada año está más alto. Y, si en vez de a
día por vaca, nos dijeran que ahora hay que guardar a día y medio y que eso no
es un aumento sustancial de los días de guarduría
sino una colaboración transitoria
incrementada por la necesidad, ¿qué pasaría?
¿Que qué pasaría? Pues pasaría que
pronto andaríamos a palos.
RHM
Noviembre 2013