Fue la primera vaca que tuvo la mujer. Se la había medio
regalado su padre, que tenía el buen tino de ir dando una vaca a cada hija
cuando se casaban, con el fin de que se fueran haciendo con un ganado propio
que irían incrementando poco a poco. Que las hijas tuvieran una vaca era
también una manera de que permanecieran en el pueblo, una manera de que no se
fueran con el hombre a Extremadura, una manera, en fin, de que el padre y la
madre, ya ancianos, no se quedaran solos durante el invierno.
La vaca era
negra como el betún, con los cuernos oscuros recogidos hacia dentro, algo
gacha, grande y gorda, armoniosa y muy dócil. Se había criado en casa y desde
que era una becerrilla se había acostumbrado a las zalamerías y caricias de los
amos. Era como un borrego, pero como en el pueblo no estaba bien visto llamar
borrega a una vaca, decidieron ponerla Cordera. Así que La Cordera, mucho menos
conocida que la de Clarín, entró en casa y produjo en los niños el mismo efecto
que originó la del cuento en Pinín y Rosa.
La Cordera
recibía todos los mimos, como única que era. Parió sin novedad y se reveló como una buena madre,
abundante, y fácil de ordeñar. El ama no era rica y procuraba alternar los
prados, con el fin de que la vaca tuviera siempre hierba fresca. Así que unos
días iba al Tejaízo y otros al Valle o a Los Nijares. El inconveniente de este
último era que había que estar con ella porque el prado estaba abierto por uno
de sus laterales y había que evitar que se comiera la hierba del vecino. Por
eso procuraba llevarla a este prado los domingos, cuando no había escuela, para
que el niño pudiera ir a guardarla. Y con el niño estaba aquel día de abril,
como otros muchos: la vaca en el prado ramoneando entre los zauces y el niño enfrascado en la
lectura de un libro cualquiera, porque cualquier libro le venía bien al
muchacho. Por eso no vio que la vaca cruzaba el bardo y se metía en lo de tio
Natalio, menos pacido que lo suyo. Cuando levantó la cabeza, la vaca ya estaba
en medio de la trampalera, comiendo con ansia. El niño corrió y se colocó
detrás y a voces y a palos intentó sacarla lo antes posible porque no quería
regañinas en casa ni problemas con el vecino.
El animal lo intentó. Intentó salir,
pero no pudo. Cuanto más esfuerzo hacía con las manos, más su hundía por las
patas. Así hasta que el fango y la
hierba la cubrieron hasta los cuadriles. Enseguida supo el niño que no podría
sacarla él solo, así que llamó a voces a cualquiera que pudiera oírle y pronto
se presentaron dos hombres que andaban por allí y le ataron una soga a los
cuernos y tiraron con fuerza hasta que consiguieron sacarla del
atolladero. El animal salió e intentó
andar pero la pata trasera derecha no respondía, por lo que los hombres la
sacaron del prado y dijeron al niño que la llevara a casa, que estaba coja y
que algo habría que hacer.
El niño recogió sus cosas y arreó al
animal, que caminaba con mucha dificultad, arrastrando la pata. Cuando llegaron
a casa y la madre vio cómo venía la vaca, llamó a la familia y enseguida
llegaron tio Goyo y tio Vitoriano quienes, después de girar y hacer girar al
animal varias veces, dijeron que había que enabujarla.
Porque entonces se hacían así las cosas. Eran los propios hombres del pueblo
los que resolvían estos asuntos. Así que ataron una soga a los cuernos del
animal y otra a la pata buena y sin grandes problemas la tumbaron en el suelo y
le ataron las patas con una soga por encima de las pezuñas. El animal se dejaba
hacer, tranquilizada quizás por las palabras dulces de la madre, que la hablaba
como hablaría a un crío. El niño asistía al espectáculo asombrado, como otros niños
verían una actuación de circo, sin perder ojo. Uno de los hombres aguzó con la
navaja, laboriosamente, un palo de
calabón hasta convertirlo en una especie de aguja perfectamente pulida. Cuando
hubo terminado, el otro cogió entre los dedos un pellizco de piel y carne de la parte superior
de la nalga herida y el del palo empujó fuertemente hasta que agujereó la piel por
debajo de los dedos y la punta del palo apareció por el otro lado, como se hace
para coser. Luego, ató fuertemente al palo un hilo de cáñamo y dio vueltas y
vueltas por debajo hasta que se terminó el hilo y la piel quedó estirada y bien
estirada. Después desataron a la vaca y entre los dos la ayudaron a levantarse
y la llevaron a la casilla donde le esperaba una buena ración de heno.
El niño, que se sentía algo
responsable por haberse dejado meter la vaca en el prado del vecino, se quedó
un rato en la cuadra, pero como vio que el animal comía el heno con la
tranquilidad de otras veces, salió y se fue a la plaza a buscar a alguien a quien contar la aventura.
RHM Enero2013